Shakespeare y Buñuel

Publicado el 11 diciembre, 2012 por Antonio Tausiet


En la película Robinson Crusoe (Luis Buñuel, 1952), sus guionistas Hugo Butler, Luis Alcoriza y Luis Buñuel introducen un elemento significativo, que resalta Fernando Gabriel Martín en su libro El ermitaño errante. Buñuel en Estados Unidos (2010). Se trata del nombre del barco en el que naufraga el protagonista: Ariel. En el guion, publicado en 2002 por el Instituto de Estudios Turolenses, aparece indicado que debe verse claramente la imagen de este nombre y así sucede; mientras que en la novela de Daniel Defoe, el barco no tiene ninguna denominación.
Ariel es un genio del aire a las órdenes de Próspero en la obra de teatro de William Shakespeare La tempestad (1611). Este personaje es el que provoca la tempestad del título de la obra, siguiendo las instrucciones del mago Próspero, para hacer naufragar el barco en el que viaja su enemigo.
Está claro que en la obra de Buñuel se hace una referencia culta que puede interpretarse de dos maneras: como un guiño humorístico, puesto que si se le pone a un barco el nombre del duende que provoca los naufragios, se está jugando con la suerte; o como una representación de la parte noble y alada del espíritu, que es la delirante tesis del autor de El ermitaño errante.
Ítem más: los premios de la Academia de Cine de México se llaman Ariel, aludiendo a un libro homónimo de espíritu panamericano. Y la película consiguió nada menos que seis de estas estatuillas en 1956, incluyendo mejor película y director.
Las conexiones entre la obra de Shakespeare y la novela de Defoe (y por tanto, la película de Buñuel) no se detienen ahí. En La tempestad, el personaje que simboliza la raza humana sin civilizar es Calibán, un salvaje también a las órdenes de Próspero. Su sosias en Robinson Crusoe es Viernes, el indígena al que Robinson salva la vida y convierte en su sirviente. Como ha señalado Harold Bloom, la obra de Shakespeare no hace ninguna referencia al colonialismo ni prefigura a Calibán como representante de la América colonizada y sufriente. Es una comedia compleja con elementos mágicos que habla del poder, la traición y el perdón.
La película, dirigida, producida y escrita por personas desterradas, ofrece una metáfora de esa situación, el exilio político. Pero ni Shakespeare pretendía hablarnos del buen salvaje de Rousseau (el cual sí resultó impresionado por Robinson), ni Buñuel quiso espiritualizar a su protagonista: antes bien, el propio Viernes de Buñuel echa mano del Marqués de Sade para refutar el cristianismo.
La curiosidad de la conexión Shakespeare/Buñuel no pasa de ahí en el ejemplo de la película que comento. Ni indigenismo ni misticismo: sólo referencias cuturales. Que no es poco.

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