En torno al comunismo y el PCE
Hay diferentes visiones del mundo: la que ha
predominado desde que el ser humano adquirió conciencia hasta nuestros días ha
sido la mitológica. Las religiones encuentran respuestas inventadas para las
cuestiones sin resolver, al tiempo que sustentan la situación social heredada
planteando mitos en los que se refleja la pirámide del poder. Basándose en
Hegel, el filósofo Karl Marx aplicó el método científico a la historia (materialismo
dialéctico) explicando los acontecimientos desde el punto de vista económico.
Las relaciones entre los grupos humanos se
basan en la propiedad del capital, siendo los que más tienen los que deciden
sobre los que menos. El comunismo plantea que se debe reducir esa
descompensación hasta llegar a un mundo en el que impere el ideal humanista de
la Revolución Francesa de libertad, igualdad y fraternidad.
Las naciones que intentaron aplicar estas
ideas fracasaron por diversos motivos. El más importante fue que los estamentos
dominantes de los otros países comprendieron que el comunismo amenazaba su
hegemonía. La historia del siglo XX es la del fracaso del sueño igualitario,
por cuanto los países comunistas, mientras procuraban aplicar leyes de justicia
social, se preocupaban también por defenderse del enemigo exterior. Mediante la
guerra, instrumento del capital (real o latente), los recursos de los países
socialistas se fueron consumiendo a medida que crecía la escalada
armamentística. Y se restringieron libertades, considerando que toda
heterodoxia estaba al servicio del capitalismo. Además, las cúpulas del poder
ostentaban lamentables privilegios, incompatibles con una visión igualitaria
del mundo.
Estos países se autodenominaban socialistas,
puesto que ese era el nombre dado a la transición al comunismo. Pero cuando
surgió la socialdemocracia, que plantea que se puede hacer política progresista
en un sistema capitalista, se apropiaron de la denominación “socialista”,
dejando las teorías de Marx con un solo nombre: comunismo. La socialdemocracia
se suele definir como el pacto entre capital (clases dominantes) y trabajo
(clases oprimidas), consistente en que las condiciones de explotación sean lo
suficientemente llevaderas como para mantener la paz social.
Existe también una tercera familia de ideas
de progreso: es el anarquismo, también llamado comunismo libertario. Éste se
basa en la creencia de que no es necesario el Estado para la organización
social, negando todo tipo de autoridad y pretendiendo que las personas son
capaces de mantener en equilibrio un determinado grupo sin la representación de
unos individuos por otros. En la práctica, la eliminación de portavocías se
hace más insostenible cuanto mayor sea el grupo humano, y el anarquismo sólo ha
logrado experimentarse en núcleos reducidos o comunas. Tanto el anarquismo como
el comunismo aspiran al mismo tipo de sociedad justa e internacionalista, pero
difieren en el modo de conseguirla. Lenin consideraba que la lucha contra la
burguesía debía efectuarse a través del Partido Comunista, único representante
legítimo de la clase obrera; mientras, el anarquista Bakunin abogaba por el
combate individual, la acción directa, el sabotaje y la abolición de todos los
partidos políticos. Paradójicamente, se creó una corriente de simpatía entre la
socialdemocracia y el anarquismo contra el comunismo, que perdura.
Con el cambio de siglo del XX al XXI, el
poder económico (que, como ya hemos visto, es el único poder social), ha
comprobado que, una vez desaparecido el bloque comunista, no hay una amenaza
que esgrimir para continuar con el pacto socialdemócrata, por ninguna de las
dos partes. Los trabajadores no consideran necesario organizarse para evitar la
degradación de sus condiciones laborales, puesto que han sido eliminados todos
los referentes ideológicos; los poderosos no encuentran obstáculos, ni
interiores ni exteriores, para desandar el camino de las conquistas sociales, y
venden como benéficas sus acciones, como el abaratamiento del despido, la
inestabilidad laboral, la competitividad, las privatizaciones, etc.
Mientras tanto, la ideología comunista se
mantiene como único referente del citado sueño igualitario, fracasado en la
práctica política, derrotado por las personas que detentan el poder mundial y
por las graves contradicciones de su puesta en marcha. Pero vivo en la mente de
los que creen en la justicia social.
Las ideas progresistas respecto a la
organización de las sociedades, eliminando la propiedad privada de las
empresas, y por lo tanto la explotación del hombre por el hombre, son
defendidas únicamente por el comunismo, por mucho que éste sea juzgado como
anticuado, cuando no dado por muerto definitivamente.
Pero hay también otras ideas, no menos
importantes, que abraza el comunismo. Éstas son compartidas por otros grupos
progresistas, incluidos los que reniegan de los Estados y los que defienden el capitalismo, enfangados
“en las heladas aguas del cálculo egoísta”. Son las referidas a cuestiones
científicas, culturales y de ámbito privado.
Como se sabe, la religión es la antítesis de
la ciencia, por cuanto la primera pretende que las cosas suceden porque unas
entidades superiores (dioses, energías, madre naturaleza…) deciden o provocan
que sean así. Se llega a la rocambolesca situación de negar los avances
médicos, o poner en duda la evolución de las especies o la ley de la gravedad. Existe
una alianza secular entre la plutocracia y la superstición, que conlleva la negación
de derechos humanos y se traduce en desamparo sanitario, asistencial y
educativo, glorificando la privatización de los entramados comunitarios de
salud, prestaciones, docencia y demás servicios.
Por otro lado, la única diferencia de la
especie humana con las otras que pueblan el planeta es la cultura. La creación
artística (literaria, plástica, musical…); la elaboración intelectual
(filosófica, historiográfica…); y los ritos (asociados a la mitología, pero
también tradiciones culturales) son considerados justamente como el principal
patrimonio de la humanidad, desde los ámbitos progresistas. Y menospreciados o
puestos a su servicio por parte de las fuerzas reaccionarias.
Por último, la reivindicación de la igualdad
de género, la libertad sexual, la defensa de la paz y de la alegría, todo ello
parte integrante del contacto entre individuos y no entre grupos sociales, es
también patrimonio de la izquierda.
La socialdemocracia ha evolucionado en el
siglo XXI, abandonando la denominación de socialista, y reconvirtiéndose en
grupos populistas que reniegan de la diferencia entre derecha e izquierda y se
ponen nombres de eslogan publicitario. Como persiguen la llegada al poder como
primer objetivo, lanzan mensajes epidérmicos que aúnan las voluntades de amplios
grupos sociales, que depositan sus votos en las democracias burguesas del mismo
modo que compran las marcas más anunciadas. El Partido Comunista, que en
Occidente apuesta por las democracias pluripartidistas, defiende la Unidad
Popular, incluyendo a esta nueva socialdemocracia como mal menor, por cuanto la
permanencia en el poder político de los partidos conservadores es gravemente
lesiva para las clases más desfavorecidas.
En los estatutos del PCE se contempla su
carácter revolucionario, internacionalista, republicano, federal, feminista y
laico. Aboga por la autodeterminación de los pueblos y tiene como referentes
tanto el marxismo como la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En un mundo occidental tendente a la
desideologización, el comunismo es la única opción de quienes se identifican
con el género humano. Una minoría que mantiene viva la llama de la conciencia
de nuestra especie y de una organización justa entre sus individuos. Lástima
que, como decía el anticomunista Salvador Dalí respecto a Dios, “me gustaría
creer pero no tengo la fe”. Por eso no me voy a afiliar a ningún partido
político, de momento. Quién sabe si el espíritu de Lenin se me aparecerá algún
día y me insuflará esa gracia.
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