Los fantasmas de Goya


Una película estrenada en 2006, dirigida por Milos Forman, contando con Jean-Claude Carrière para coescribir el guión. Una inmensa metáfora de la España del cambio de siglo XVIII al XIX. O sea, de la España actual.

1791. Reina Carlos IV. Goya (Stellan Skarsgard) es pintor de la Corte: la mirada angustiada e incrédula de un ilustrado español ante los horrores que marcan la Historia del país. Pinta retratos de personas influyentes, como el Hermano Lorenzo Casamares (Javier Bardem), miembro de la Inquisición: la España Negra, monstruosa y cruel. También retrata a la bella Inés Bilbatúa (Natalie Portman), joven adinerada que acaba presa del Tribunal del Santo Oficio: la España inocente que es condenada sin miramientos.

La gran alegoría transcurre simultáneamente a los acontecimientos que desangran al país. El reinado de Carlos IV (mientras es guillotinado Luis XVI en Francia), la invasión napoleónica, la imposición de José Bonaparte y la vuelta de la monarquía borbónica con Fernando VII al grito popular de “¡Vivan las cadenas!”.

El gran Milos Forman, director y coguionista de la película, colabora con el productor Saul Zaentz desde que en 1973 le propuso dirigir la novela “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Luego vinieron “Hair” y “Ragtime”. En 1984 volvió a colaborar con Zaentz en “Amadeus”. “Valmont” (1989), “El escándalo Larry Flint” (1996) y “Man in the moon” (1999) son sus películas anteriores a “Los fantasmas de Goya”, tercera ocasión en la que se unen director y productor.

El guionista, Jean-Claude Carrière, fue colaborador, amigo y biógrafo de Luis Buñuel, otro genio aragonés como Francisco de Goya. El espíritu de Buñuel, que escribió un guión para realizar una película sobre el otro sordo universal, sobrevuela por los entresijos del filme con pequeños apuntes de erotismo soterrado (las piernas de Inés, que también aparece desnuda), introducción del absurdo (las alusiones a los simios, el cameo de Cayetano Martínez de Irujo como Duque de Wellington) o la propia banda sonora (los atronadores tambores). Director y guionista habían participado juntos anteriormente en “Juventud sin esperanza” (1971) y “Valmont” (1989).

Carrière y Forman recorrieron personalmente el Bajo Aragón para buscar localizaciones (pequeño accidente automovilístico incluido), pero al final decidieron que el único lugar aragonés para filmar sería el Monasterio de Veruela, en la provincia de Zaragoza. El resto se desarrolla en lugares de Madrid, Segovia y Salamanca.

Milos Forman afirma que encuentra paralelismos en el film con la historia de su país, respecto a la lucha primero contra los nazis y luego contra los comunistas. Pero también con los acontecimientos recientes en Irak, donde los “libertadores” estadounidenses afirmaron que iban a encontrar un pueblo agradecido.

La crítica ha sido implacable con el filme. En el diario El País titula Javier Ocaña: “Folletinesco borrón”. Mirito Torreiro sentencia en la revista Fotogramas: “No hace otra cosa que volver cansinamente sobre algunos lugares comunes muy socorridos”. Rodríguez Marchante, en el ABC, dice: “No hay ningún personaje clave; incluso el propio Goya es una pluma al viento”. Otras voces contrarias a la película afirman que en la época de los últimos estertores de la Inquisición ésta ya no cometía las atrocidades de otros tiempos.

Yo considero que el argumento está planteado de un modo simbólico. Vemos desfilar todos los tópicos que configuran la creación de la España contemporánea. Pero creo que es evidente que esos tópicos se asientan en una firme y desoladora realidad histórica. La nuestra.

Y por mucho que la película tenga como protagonista a un fraile inquisidor y no al pintor que aparece en su título, se refleja con claridad meridiana la postura de Goya ante la invasión francesa: comulgaba con las ideas de la Revolución, pero siempre estuvo con el pueblo frente al invasor.

Respecto al protagonismo desmesurado del Tribunal del Santo Oficio -en una época en la que su actividad era exigua y dedicada casi exclusivamente a la censura de libros-, hay que apuntar que a raíz de la Revolución Francesa hubo un intento de reactivación, pero sobre todo que Goya mantuvo en su obra una constante denuncia de la Inquisición, tanto en sus Caprichos como en lienzos posteriores (“Auto de fe de la Inquisición”). Sin olvidar, para acabar, que esta institución ha sido siempre –independientemente de su importancia represora, mucho menor que la de los tribunales civiles- un símbolo de la hoy aún vigente España Negra, cuyos horrores retrata la película con una evidente convicción progresista, valor que la sostiene como una obra muy digna. Hay supuestos sobreentendidos que con la constante ola de ideologización filonazi conviene no abandonar nunca.

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