El cine de Federico Fellini: “Se non è vero, è ben trovato”


A menudo se piensa en el cine de Federico Fellini (Rímini, 1920-Roma, 1993) como un pastiche de música circense, exageraciones, referencias sexuales, mujeres orondas y argumentos interminables. Pareciera que en realidad no era más que un pesado pomposo y dado al exceso, sin ningún valor artístico.
Sospecho que el reconocimiento de este director no se produjo simplemente porque llamaba la atención con sus exotismos: grandes genios del cine le rinden tributo en cuanto tienen ocasión, y la Academia de Cine estadounidense concedió el Óscar a mejor película extranjera a cuatro de sus filmes, además de otorgarle otro por toda su carrera, en 1993.
A raíz de una revisión reciente de su extraordinario film Ocho y medio (1963), motivado por el estreno de Nine (2009) y el subsiguiente visionado de algunas películas influidas por la obra maestra de Fellini, decidí hacer un repaso íntegro a la propia filmografía de este autor. He aquí el resultado.

Inicios como director
En un momento histórico para el cine europeo, pero sobre todo el italiano, en el que la tendencia predominante era el neorrealismo (preocupación social teñida de sentimentalismo), Fellini dirigió sus films iniciales (1950-1957). Su primera película (al alimón con Alberto Lattuada), Luces de variedades (1950), trata de las penurias de una compañía de teatro popular y en ella podemos ver ya la impronta del genio, con sus personajes grotescos sacados de la realidad más oculta y su obsesión por la belleza femenina. El personaje masculino principal anticipa también al antihéroe felliniano, rodeado de problemas casi siempre fruto de su propia incompetencia, además de la ambición desmedida de la atractiva protagonista.
La segunda película, El jeque blanco (1952), dirigida ya en solitario, introduce los ambientes que rozan el sueño, en una historia sobre una joven que viaja con su marido a Roma de luna de miel y acaba en los brazos de un grasiento personaje de fotonovela al que admira desde su localidad provinciana. Gran excusa para mostrarnos la ciudad que tanto amó (ya había colaborado en el guión de Roma, ciudad abierta en 1945), así como sus burlas a las clases conservadoras. Por supuesto, con un esposo preocupado todo el metraje en buscar a su mujer y ocultar la desaparición a sus influyentes parientes. Aderezándolo todo, la banda sonora que compuso Nino Rota para él y que sería la primera de un largo rosario simbiótico.
El siguiente dardo, Los inútiles (1953), va dirigido contra un grupo destacado de su propia generación: cinco varones casi treintañeros sin trabajo ni ganas de ejercerlo, cuyo cabecilla, casado de penalti, no ceja en su empeño de seducir a cuantas mujeres se le ponen por delante. Todo sucede nada menos que en Rímini, la localidad natal del cineasta: al final de la película uno de ellos toma un tren y escapa del pueblo, dejando claro que estamos ante una recreación autobiográfica (por mucho que el argumento original no era de Fellini). No falta el personaje estrambótico: en este caso un viejo actor homosexual que visita la villa.
Tres filmes pues de un gran interés, preludio de lo que pronto iba a suceder, y claro exponente de que nos encontramos ante un artista sólido, que sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Pero antes de dar su primera campanada internacional, Fellini participa en un filme de seis episodios titulado Amor en la ciudad (1953), con el cortometraje Agencia matrimonial. La película, con esquema de periódico, ofrece diversas miradas a situaciones de la vida real, a modo de docudramas. Fellini se escapa del tono verista general, contándonos cómo un periodista visita una agencia matrimonial (tras una delirante búsqueda en el edificio que la alberga) e inventa que un amigo suyo es un hombre-lobo y que sólo pude curarse con el matrimonio. El encuentro con una víctima inocente hace asomar la redención del cínico.
El éxito
Y llega el reconocimiento mundial, con La strada (1954), Óscar a la mejor película extranjera. Un dramón sobre un forzudo ambulante (Anthony Quinn) que adopta a una joven algo retrasada (Giulietta Masina, esposa de Fellini, en su primer papel protagonista). Considerada una de las obras maestras del cine, refleja en un ambiente sórdido la incapacidad de mostrar el amor por parte del rudo protagonista. El título (“La carretera”) hace referencia a la vida peregrina de la pareja, que duerme en su carromato. Su espiritualidad y su patetismo llegan a hartar un poco.
Una historia sobre un timador real le lleva a escribir el guión de Almas sin conciencia(1955, de título original “La estafa”), en el que opta por la exageración dramática antes que por la ironía, aunque el resultado es muy interesante. Muestra  el vacío moral de los protagonistas, que viven de engañar a las personas más pobres. Desfilan bellas señoritas, imágenes de Roma, retratos envenenados de la sociedad, y una cierta identificación inevitable con la vida muelle de los estafadores. Reaparece el tema de la redención (apuntado también en la siguiente película), aunque no hay que perder de vista que Fellini defendía el cine como un juego vital, no como un vehículo de mensajes.
Pronto abandonará el neorrealismo para crear su propio estilo felliniano. Mientras, dirige la magnífica Las noches de Cabiria (1957), donde vuelve a contar con su esposa, Giulietta Masina, en el papel protagonista: una prostituta de Roma que acompañamos en sus vicisitudes. Geniales la recreación de una peregrinación, la actuación de un hipnotizador y, en general, todos los episodios de la vida de un personaje impecablemente escrito e interpretado. Segundo Óscar a la mejor película extranjera.
La maestría
Pasan tres años y cumplidos los cuarenta, Federico Fellini estrena su primera película netamente personal, La dolce vita (1960, Palma de Oro en Cannes). Comienzo de la colaboración con su actor fetiche por excelencia, Marcello Mastroianni, que compone un personaje principal lleno de matices. Este filme casi inabarcable sobre un vividor desencantado encierra en sus tres horas toda una epopeya, salpimentada de cabaret, alcohol, apariciones marianas, actrices exuberantes, aristócratas decadentes, desapego, paternidad, pureza, esperpento, crítica feroz, lirismo, patetismo… Roma, escenario una vez más, como siempre al son de Nino Rota, y la constatación de que sólo una persona excepcional puede haber dirigido algo tan grande. Según el propio director, el título se refiere a que la vida, pese a todo, posee dulzura; no obstante, la actitud derrotada del protagonista transmite lo contrario.
Excepcionalidad que parece esfumarse por completo en el flojo y bufo mediometraje Las tentaciones del Doctor Antonio, dentro de la película de episodios Boccaccio 70 (1962). Protagonizado por Peppino di Filippo, que ya había actuado a las órdenes de Fellini enLuces de variedades, trata de un hombre con alma de censor que sufre alucinaciones con la dama fotografiada en un cartel publicitario (Anita Ekberg). Es su primera película en color, aunque la siguiente volvió a rodarla en blanco y negro. Su casi único mérito: ayudar a dar nombre a ésta, al tratarse de la “media” después de siete largometrajes.
Y llega el film que hace el número Ocho y medio (1963, contando como “medios” la primera, codirigida, y las dos aportaciones episódicas). Su forma y su trama han inspirado innumerables películas posteriores (ver mi artículo De Ocho y medio a Nueve). Un brillante experimento autobiográfico sobre la ausencia de inspiración creativa y la relación del hombre con las mujeres. Marcello Mastroianni es el famoso cineasta Guido Anselmi, que se encuentra alojado en un balneario mientras trabaja en la preproducción de una película, rodeado de todo el equipo, además de las mujeres de su vida, tanto presencialmente como en forma de recuerdos oníricos. Desfilan su amante, su esposa, otros objetos del deseo, su madre y su musa. Con una recordada banda sonora de Nino Rota, consigue hacer pensar, divertir y emocionar. Tercer Óscar a mejor película en habla no inglesa. Obra cumbre del cine de Fellini.
La fórmula Fellini
Una vez que don Federico llegó a encontrar su fórmula intransferible, comenzó a dirigir películas en las que se imitaba a sí mismo, sumando ahora el uso del color. La primera, Giulietta de los espíritus (1965) es el reverso femenino de Ocho y medio. En este caso, la propia esposa de Fellini, sin cambiar siquiera su nombre de pila, interpreta su propio papel: el de una mujer fea cuyo marido tiene una amante. Si bien la amante real de Fellini era la actriz Sandra Milo (que borda en Ocho y medio su propio personaje), aquí encarna el de vecina exótica, no por ello menos pava. Giulietta Masina aparece atormentada por su madre y hermanas, los recuerdos de su infancia católica y la infidelidad de su esposo. Todos ellos encarnados por los espíritus del título. Comparada con Ocho y medio, tonta y vacía.
Sin embargo, parece que en su tour de force con Edgar Allan Poe, Fellini se crece: Toby Dammit, el último de los tres mediometrajes del film colectivo Historias extraordinarias(1968), basado en otras tantas narraciones del narrador decimonónico, resulta ser una estampa fiel tanto de la estrella decadente (un Terence Stamp fabuloso) como del ridículo mundo del show business. Los otros dos segmentos del largometraje no merecen ni comentario; pero esta adaptación de Nunca apuestes tu cabeza con el diablo es una cinta muy estimable.

El cuaderno de notas de Fellini
La cadena de televisión estadounidense NBC emitió entre 1967 y 1971 un programa para las tardes de los domingos titulado NBC Experiment in Television. Se trataba de una iniciativa audaz, que buscaba beneficios mediante el prestigio. Los capítulos eran de una hora, incluyendo drama, comedia, animación, música y  documentales, sin interrupción publicitaria. Entre los escritores y directores de los episodios se encontraban autores como Jim Henson o Harold Pinter. Y hubo documentales sobre Arthur Penn, The Beatles… y Federico Fellini, que dirigió su propia obra.
Apuntes de un director (1969), titulado originalmente Fellini: A director’s Notebook, emitido el 15 de marzo de 1969, es una mezcla felliniana entre documental y falso documental y se puede considerar como un complemento a su película anterior 8 y medio (1963), en tanto en cuanto asistimos a las peripecias autobiográficas de un director de cine; una prueba para ensayar el estilo deLos clowns (1970) y Roma (1972); y una anticipación de lo que sería su penúltima obra,Entrevista (1987), donde reaparece visitando sus lugares míticos.
La película, llamada en Italia (en cuya capital se filmó) Block-notes di un regista, está realizada en inglés, incluye numerosos diálogos en italiano y dura 52 minutos. Asistimos a una concatenación de tomas de la Roma felliniana, con abundantes reflexiones a cámara del propio autor, maestro de ceremonias.
La edición especial en DVD de 8 y medio comercializada en Estados Unidos (Criterion, 2001) incluye esta pequeña joya entre sus extras; sin embargo, la versión correspondiente en español (Cameo, edición limitada, 2008) lo omite, sustituyéndolo por un documental más reciente, dirigido por Damian Pettigrew: Soy un gran mentiroso (2002). Todo lo cual desemboca en que este film está inédito en castellano. Por eso, procedo a relatarlo en detalle.
Los primeros seis minutos de Apuntes de un director están dedicados a mostrarnos los decorados abandonados del proyecto nunca realizado de El viaje de G. Mastorna(comenzado en 1965, pero desechado en 1967), que están habitados por una comuna de hippies, con los que Fellini conversa. Son a todas luces hippies falsos, actores que interpretan para el film. Después de asegurar que terminará haciendo esa película, Fellini nos cuenta que ahora está inmerso en el rodaje de Satyricon. Contemplamos el Coliseo de Roma, poblado de travestis… y de un hombre del saco, que duerme. Giulietta Masina relata que ese personaje aparecía en Las noches de Cabiria, protagonizada por ella. Pero la escena se eliminó. A continuación se nos ofrece ese documento.
En un cine antiguo, unos niños alborotadores están viendo una película muda (realizada al efecto) con personajes ataviados con túnicas del mundo clásico. Se produce un asesinato y la autora es ensalzada en procesión. Un niño (Fellini en su infancia) mira la pantalla entusiasmado sobre las rodillas de su padre.
Viajamos en un automóvil a un antiguo cementerio con el Profesor Genius, un “sensitivo” ya presente en Giulietta de los espíritus y que tendrá también un papel en Satyricon. Allí el profesor (al que telefoneaba Mussolini, según asegura) tiene una visión sobre la Roma republicana.
Ahora nuestro cicerone es un estudioso de la historia de Roma, y recorremos con él montados en el metro varias estaciones. Mientras explica los lugares históricos que atravesamos, vemos que las personas que esperan en los andenes son ciudadanos de la Roma clásica.
Nueva alucinación: en la Via Appia Antica unas prostitutas latinas son abordadas por unos camioneros que se transforman en soldados romanos. Luego se nos explica que allí mismo vive Marcello Mastroianni. Entramos al jardín de su casa, donde le están haciendo un reportaje para una revista. Un autocar de turistas para y Mastroianni les saluda. Fellini explica que él es el actor que quiere para interpretar a Mastorna. Vemos cómo se le rueda en una prueba para la película, tocando el violoncelo. Pero Fellini transmite su inseguridad a Mastroianni.
Visitamos de madrugada el matadero de Roma, aún inactivo. Comienza el trabajo: los cerdos gritan y cuelgan sacrificados. Unos bustos clásicos sirven de introducción a una escena en la que los rudos trabajadores del matadero son caracterizados como luchadores antiguos. Todo esto ha servido como cásting para el Satyricon.
Oficina de Federico Fellini. Pasan a entrevistarse con él multitud de personajes variopintos, que se le ofrecen: recitan, cantan… Luego, ya en el set de Satyricon, los actores se preparan. Mientras vemos escenas del rodaje, se sobreimpresionan los títulos de crédito finales al son de 8 y medio de Nino Rota.
Una película muy interesante, dirigida por uno de los mejores autores de la historia del cine y plagada de numerosos aciertos estéticos. Inédita en castellano.
Regreso al bostezo
Con Satyricon (1969), Fellini se adentra en el mundo clásico, adaptando la obra homónima de Petronio, escritor latino del siglo I. El texto original se ha calificado de “primera novela picaresca” y a priori ofrece mucho interés, que en la versión felliniana se diluye en una sucesión de escenas esteticistas sin garra. El esquema de viaje iniciático tan querido por el director se transforma en una de las películas más aburridas de su filmografía, con los habituales toques grotescos y la abundancia de decorados grandilocuentes. Cierto es que no faltan quienes califican a esta obra como “superproducción experimental” y no seré yo quien les lleve la contraria.
Al año siguiente dirige para la televisión italiana un documental de cierto interés, Los clowns (1970), que adopta el esquema de Apuntes de un director, con Fellini y su equipo viajando de un lugar a otro en busca de viejos payasos que cuenten su historia. Todo está recreado: incluso las entrevistas carecen de sonido directo. El mundo el circo (italiano y francés) se refleja como parte de un pasado hoy inexistente, reafirmándolo con un prólogo de quince minutos en el que se muestran la infancia del director y sus personajes, claro antecedente de Amarcord (1973). Fellini y el circo: parecía lógico que esta película terminara existiendo.
Y si en la práctica totalidad de su filmografía se rinde homenaje a la ciudad eterna, enRoma (1972) este hecho se hace explícito completamente. En las tipologías de películas fellinianas, ésta entra en el apartado “rodaje de rodaje de Fellini con Fellini dentro”, que comenzó con sus Apuntes de un director, continuó con Los clowns y alcanza su máxima plenitud con Roma, concluyendo con Ensayo de orquesta y Entrevista. A lo largo de dos horas, el director nos guía en off y presencialmente por su particular retrato de la ciudad, comenzando con su infancia alejada de la capital, su llegada a ella como un joven periodista, interpretado por Peter Gonzales, y nos sumerge en la gastronomía, los atascos, el vodevil, la guerra, el subsuelo histórico, los prostíbulos, una particular escena de desfile de moda eclesiástica, las protestas juveniles reprimidas y por fin un paseo en moto por los principales monumentos de la ciudad de noche. No faltan humanos grotescos desperdigados por doquier. Para bien y para mal, desbordante.
Reaparece el genio
Cuando parecía que la genialidad de Fellini hacía aguas por todas partes, inmerso en una autocomplacencia excesiva, llegó Amarcord (1973), que con una estructura bien amarrada y una nueva banda sonora antológica de Nino Rota recopiló con el tono perfecto los mejores hallazgos de sus últimos cinco años de cine. Dejando de lado el exceso chirriante y envolviéndolo todo en un lirismo costumbrista exquisito, nos muestra el año de inicio de su adolescencia en Rímini, terminando en la boda de una mujer célebre en el pueblo, que simboliza su propia entrada en la edad adulta. Este filme (el título se traduciría como “me acuerdo”) serviría como arranque en una supuesta mirada cronológica de la autobiografía fílmica de Fellini, que continuaría con Los inútiles, proseguiría con La dolce vita y culminaría en Ocho y medio y su complementaria Giulietta de los espíritus. El uso del humor es de antología escena tras escena: inolvidable la visita al tío retrasado. Merecido cuarto Óscar a la mejor película extranjera, diez años después del anterior.
Nuevo derroche de barroquismo felliniano: Casanova (1976) adapta las memorias del célebre conquistador veneciano, eficazmente encarnado por Donald Sutherland, en unos escenarios falsamente dieciochescos y encadenando hallazgos visuales. Fellini otra vez arrollador, compone una sinfonía extravagante en una realidad paralela -nostálgica y humorística- y sale victorioso de la prueba.

Última etapa: para todos los gustos
La última banda sonora de Nino Rota para Fellini fue precisamente la compuesta paraEnsayo de orquesta (estrenada en 1979,  año de la muerte de Rota). Este falso documental de poco más de una hora producido por la televisión italiana nos muestra los momentos de trabajo de una orquesta, a cuyos integrantes va entrevistando en off el propio Fellini. Argumentalmente, es una fábula política, con la rebelión de los músicos hacia el director de la orquesta, finalmente sofocada; pero su irónica puesta en evidencia de la condición humana no acaba de funcionar y el resultado final chirría por todas partes.
Y se produce la vuelta del gran actor Marcello Mastroianni, con La ciudad de las mujeres(1980), una especie de regreso a 8 y medio, con el protagonista -Snàporaz- ahora ya cincuentón y desbordado continuamente por la presencia femenina, que en este caso es abrumadora. Se presentan irónicamente el movimiento feminista, el donjuanismo, los recuerdos de infancia… Todo ello con un esquema de viaje onírico que bebe de Alicia en el País de las Maravillas. Buenísimos momentos (el repaso en tobogán del protagonista a sus recuerdos felices) se diluyen en la ya habitual argamasa a veces intragable, acompasada por una bella banda sonora que imita a la perfección el estilo de Rota.
Vamos terminando el repaso: con 73 años, Fellini dirige Y la nave va (1983). No hay aspectos autobiográficos; no hay actores fetiche. Es el relato (a cargo de un periodista que se dirige a la cámara) de un viaje en transatlántico a principios del siglo XX, cuyos pasajeros pertenecen a la alta sociedad, para esparcir las cenizas de una célebre cantante de ópera fallecida. La muerte impregna esta obra crepuscular, con apuntes humorísticos, estudio de clases sociales y un tono general comedido. Incluye toques de genio, como la presencia del rinoceronte o las escenas musicales. La habitual tendencia a huir del verismo se encarna en un mar de plástico (ya usado en Casanova), y un rodaje íntegro en decorados. A mitad de metraje, la irrupción de unos náufragos serbios confiere de interés narrativo a la trama, y coloca al filme entre los mejores de esta etapa final.
Pero la joya de los últimos años es Ginger y Fred (1986). Nada menos que Marcello Mastroianni y Giulietta Masina protagonizando lo que en principio es una sátira contra la televisión comercial encarnada en Italia (ya entonces) por Berlusconi, pero que resulta incluir muchas cosas más: un guión perfectamente engrasado, una dirección juvenil, los dos actores inmejorables, una reflexión amarga sobre la vejez, y un derroche de delicadeza sentimental. No contiene hondas reflexiones dialogadas pero transmite todo. Una pareja de baile que lleva 30 años sin actuar es rescatada por un programa de variedades navideño, y se desencadena la poesía. No falta la visión de Roma (esta vez sucia y estridente), ni la aparición de personajes estrambóticos, que ejercen esta vez de contrapunto para acentuar el desencaje de Fred y Ginger en un mundo sin alma que ya no pueden entender. Apuntar también que en el rescate nostálgico se incluye como presentador televisivo a Franco Fabrizi, el galán caradura de Los inútiles y Almas sin conciencia.
Entrevista (1987) constituye el último divertimento intrascendente del Fellini aficionado a los falsos documentales. En este caso, y en el marco de su querida Cinecittà, combina el supuesto rodaje de un filme sobre sus primeras experiencias allí con la también figurada preparación de una película basada en América de Kafka. Bastante irregular, incluye buenos momentos, como el viaje en tranvía o el reencuentro entre Mastroianni y Anita Ekberg, 27 años después.
Y llegamos a la última película filmada por Fellini, La voz de la luna (1990). Adaptación de la novela El poema de los lunáticos, el director la lleva a su terreno y construye una especie de secuela de Amarcord:  un pequeño pueblo, con sus personajes característicos, es el lugar de peregrinación de un personaje simple y sensible (Roberto Benigni), en la línea de otros retrasados anteriores como la Gelsomina de La strada. Recuerdos de la infancia feliz (la de Fellini con su abuela en verano), un amor imposible, una fiesta popular, la presencia de otros locos, y el protagonismo final de la luna hacen estimable y entretenida esta película menor. Como anécdota, la juventud baila alienada por la música de Michael Jackson.
Dos cómics
Pero Fellini no había dicho aún la última palabra, y antes de morir aún entregó dos historias más al mercado, aunque en distinto formato: el cómic. Para ello contó con la complicidad del dibujante Milo Manara. La primera, Viaje a Tulum (1990), relata cómo Mastroianni, encarnación de Fellini una vez más con el seudónimo de Snàporaz, viaja al corazón de la cultura Tolteca mexicana para realizar una película, que se ve truncada por fenómenos extrasensoriales. Guión flojo y dibujos preciosistas. Según el propio Fellini, el cómic sirvió para que abandonara la idea de hacer el filme, que por otro lado va a ser estrenado en 2010, dirigido por el debutante Marco Bartoccioni.
La segunda entrega de la colaboración Manara-Fellini es nada menos que El viaje de G. Mastorna, llamado Fernet (1992), la mítica película escrita en 1965 y nunca rodada. La muerte del cineasta dejó la historieta inacabada, pero en un nuevo vuelco, Manara presentó una película en 2003 comentando las viñetas de su propio álbum.
Dos documentales
Federico Fellini: autorretrato (Paquito del Bosco, 2000), editado en España en DVD por Suevia Films en 2007 como Federico Fellini: el maestro, es una recopilación de entrevistas del director, entre 1952 y 1973, producida por la Radiotelevisión Italiana y titulada originalmente Federico Fellini – un autoritratto ritrovato. Fue incluido como extra en 2003 en el DVD estadounidense de La strada y en la edición especial española de La dolce vita de 2007. Su importancia radica en mostrarnos a Fellini en primera persona en distintos momentos de su vida, aunque no se puede considerar un documental sino un encadenado de retazos de programas televisivos. Cabe destacar dos momentos curiosos: el único fragmento en color, en el que vemos una recreación de lo que habría sido la primera escena de El viaje de G. Mastorna; y una rueda de prensa conjunta con Ingmar Bergman en 1969 en la que aseguran que van a rodar juntos.
Pero el documental más importante dirigido hasta la fecha sobre Federico Fellini es Soy un gran mentiroso (Damian Pettigrew, 2002), que ha sido incluido en la edición limitada en DVD española (Cameo, 2008) de Ocho y medio. Aunque pasa por alto los primeros años de su filmografía, esta película francesa tiene como columna vertebral una larga y profunda entrevista concedida por Fellini en 1992 al director. Se intercalan escenas de un buen puñado de filmes fellinianos, tanto de su resultado final como de su proceso de realización. Varios amigos y colaboradores aportan sus reflexiones y experiencias, y se completa estéticamente con rodajes actuales de antiguas localizaciones. El Fellini próximo a la muerte hace gala de un gran optimismo, aporta no pocas reflexiones sobre el arte y la vida y nos deja con un relajado sabor de boca. Y con la sensación de que, en su época final, el director era mucho más interesante que sus propias obras.

Conclusiones
Y llegamos al párrafo final: el de las respuestas. Al principio de este estudio, planteaba la sospecha de que Fellini tenía una cierta presunción de inocencia respecto a los cargos de los que se le acusa sin conocerlo. Toda esa visión superficial sobre la exageración y lo grotesco, una vez revisada su obra completa, cobra un sentido unitario que obliga a quitarse el sombrero y decirle a Fellini “encantado de conocerlo”, aunque parte de su filmografía obligue a realizar un ejercicio de paciencia.
El propio realizador nos da las claves: su vida es más real a través de los recuerdos de sus filmes que del de los acontecimientos experimentados. Su espíritu es su obra, y cuando no está dirigiendo una película no sabe muy bien qué hacer, porque sólo se siente realizado a través de la creación artística, que le convierte en un dios. Para él, arte y religión es lo mismo, y abomina del escepticismo.
Concluyendo: lo excesivo, lo extravagante, lo cómico, lo dantesco, lo erótico, lo sensible, no es más que su visión de la realidad; ni siquiera un estilo propio, sino la encarnación de un creador irrepetible, que consiguió abrir su intimidad (sus dudas, sus certezas, su enfado, su esperanza, su vitalidad, sus experiencias) para plasmarla en el cine, esa forma de arte que tanto se parece (en buenas manos) a la propia vida. Y “si no es verdad, es un buen hallazgo”. Porque es difícil no encontrarse reflejado como en un espejo en buena parte de estas 24 películas.
Lista de filmes, con puntuación
Luces de variedades (1950) ***
El jeque blanco (1952)***
Los inútiles (1953) ***
Amor en la ciudad (Segmento Agencia matrimonial) (1953)***
La strada (1954)***
Almas sin conciencia (1955)***
Las noches de Cabiria (1957)*****
La dolce vita (1960)*****
Boccaccio ’70 (Segmento Las tentaciones del doctor Antonio) (1962)**
Ocho y Medio (1963)*****
Giulietta de los espíritus (1965)**
Historias extraordinarias (Segmento Toby Dammit) (1968)***
Apuntes de un director (1969)***
Satyricon (1969)**
Los clowns (1970)**
Roma (1972)***
Amarcord (1973)****
Casanova (1976)***
Ensayo de orquesta (1978)**
La ciudad de las mujeres (1980)**
Y la nave va (1983)***
Ginger y Fred (1986)****
Entrevista (1987)**
La voz de la luna (1990)**
Federico Fellini: autorretrato (2000)**
Soy un gran mentiroso (2002)***

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