Subnormales somos todos



Lisiado, inválido, impedido, minusválido, incapacitado, disminuido, discapacitado, persona con diversidad funcional. Ésta es la evolución de los términos que se aplican a los humanos con alguna alteración estadística física o psíquica.

Centrándonos en las diferencias psíquicas, la denominación evoluciona desde subnormal, anormal, retrasado, oligofrénico, retardado, deficiente, hasta diferente. Eso si se trata de personas con rasgos diferenciales claramente congénitos. Si el caso es quizás adquirido, se ha hablado siempre de loco y sus sinónimos chalado, chiflado, perturbado, demente, trastornado, enajenado, alienado, esquizofrénico… Y de ahí pasamos a las especialidades psiquiátricas, que suelen definir lo mismo a lo largo del tiempo, según las modas. Melancólico, neurasténico, neurótico, maníaco depresivo, bipolar, asperger.

Es divertido comprobar cómo todas estas palabras definen cosas diferentes, según el individuo o la escuela de sabios que las utilicen. El intrincado cruce de síntomas entre las distintas psicopatologías es un intento vano de clasificar lo inclasificable. Además, no hay ningún ser humano que se libre de atesorar en su cerebro alguna variación. Si no, seríamos idénticos. Subnormales somos todos, o si se prefiere, supranormales, que es lo mismo. Claro que siempre hay grados de anormalidad. Las personas normales, en todo caso, no existen.

¿Qué es lo normal? Lo que se ajusta a la norma. Una vez que la norma es aceptada por la mayoría y se consolida, lo normal es lo habitual, lo que el hábito ha normalizado. Personas normales serían las que acatan las normas.

En fin: en nuestra limitación intelectual, asumimos que lo que se aplica al cuerpo visible se puede aplicar a la mente, a la actitud. Si nos falta un brazo, somos mancos; de modo que si obramos contra la norma, somos locos. Una asimilación infructuosa, peligrosa, infame, inhumana, totalitaria y sin embargo manca.

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