La academia del siglo XXI
Al este de Chinatown, junto al Distrito Financiero de San
Francisco, en la calle California 580, se encuentra un edificio de oficinas de
veinte alturas. En sus bajos, un restaurante de comida rápida de una cadena
local especializada en sopa, Ladle & Leaf, y una cafetería Starbucks. Y
entre las empresas que habitan la torre, Academia.edu. Esta página web es una
red social para académicos, sea lo que sea lo que signifique eso.
Fundada en 2008, se ha convertido en el repositorio de
millones de textos en formato digital, procedentes de todo el mundo. Su dominio
web, con la coletilla “edu”, fue inscrito en 1999. Entonces aún no se había
regulado ese procedimiento: dos años después, se decidió que sólo las
instituciones de enseñanza lo podían obtener.
Academia.edu requiere registrarse para acceder a la
información que contiene y añadir los trabajos. Su modelo de negocio consiste
en provocar la curiosidad de los investigadores, enviando interminables correos
electrónicos que les anuncian que han sido citados en otros estudios. Cuando se
intenta acceder a ellos, hay que pagar.
La empresa Google ofrece un portal similar, gratuito: GoogleAcadémico. En él también es posible darse de alta, siempre que se posea un
correo electrónico considerado académico, lo que deja fuera del sistema a los
investigadores independientes.
El deseable acceso universal a la cultura que, en principio,
ofrece internet, debería estar vehiculado, promovido y financiado por
instancias públicas, representantes del bien común. En ese sentido, el concepto
de código abierto, que nació para la mejora colectiva de los programas
informáticos, se aplica también al hecho de compartir la información y la
cultura de modo libre y gratuito. Iniciativas como Academia.edu, que como
empresa privada que es, persigue el lucro, suponen un caso más de apropiación
indebida por parte del capital del legado de conocimiento que debería ser
propiedad de todos.
El mayor problema que presenta esta corporación es, pues,
que se ha convertido en un estándar mundial para depositar trabajos de
investigación, imponiéndose a los repositorios institucionales de las
universidades públicas, y convirtiendo el patrimonio científico y cultural en
un producto comercial más.
En el mundo de la investigación en castellano y portugués,
sin embargo, ha adquirido importancia el portal Dialnet, impulsado por la
Universidad de La Rioja (España). Esta iniciativa pública, y por lo tanto en
las antípodas de la supuesta academia que glosamos aquí, es el mejor ejemplo de
por dónde debería discurrir a nivel mundial el necesario cambio de modelo.
Por desgracia, confiar en la iniciativa privada para
entregarle la llave del pensamiento es un paso de gigante ya consolidado, que nos
encauza a todos por el camino de una modernidad uniformadora, al ritmo
marcial de quienes pagan sus sopas de diseño con el dinero obtenido del trabajo
ajeno.
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