Viaje a un pueblo ignoto
Narración anecdótica, pausada, gris y agradecida de una
breve estancia inaugurando el estío de 2025 en el sur de mi provincia, invitado
con afán terapéutico por una amable conocida.
Martes 24 de junio.
Vamos cada uno en nuestro coche, para que yo pueda volver cuando me dé la gana.
Quedo con mi anfitriona en una gasolinera del extrarradio de mi ciudad (1),
pero hay unas obras cercanas y ella pasa de largo. Me tomo un café con moscas y
acudo a la siguiente rotonda, donde nos reunimos. La sigo a duras penas por
carreteras secundarias hasta que llegamos a su pueblo ignoto (2), no sin antes
visitar la desolada zona cero de las recientes inundaciones (3). 
Tiene una casa repleta de cuadros de insignes pintores, que
incluye unas antiguas bodegas casi impracticables, hoy cuevas de suelo de
barro. Vemos la tele un rato y nos vamos a la plaza a tomar algo. Sus conocidos
del pueblo son acogedores, pero yo no digo una palabra, respetando mi costumbre
ancestral. Uno de ellos estudió con un amigo mío y se me ocurre hacerme una
foto con él. No me la hago.
Subimos al bar de las piscinas con mi coche porque ella
tiene una dolencia en un pie. Allí bebemos y comemos con su familia y amigos,
hasta que se hace de noche y volvemos a su casa. Hace calor, hay muchas moscas,
estoy cansado como siempre, pero la idea de pasar un tiempo en ningunilandia y
casi sin internet es atractiva, máxime teniendo en cuenta que en el ignoto
pueblo la anfitriona y sus conocidos no me tratan mal. Además, la iglesia tiene
una torre mudéjar muy pintiparada.
Miércoles 25. Junio
se va despidiendo del calendario y yo sigo en el pueblo ignoto que fue cubierto
parcialmente por el barro. Lo recorro y compruebo los efectos de la riada,
antes de visitar otros dos pueblos ignotos al otro lado de la frontera
provincial (4), con sus neveros, iglesias y ermitas restauradas. Lugares con
casas de piedra donde queda muy poca gente, cuyos bares son regentados por
humanos llegados de lejanas tierras. Hoy comemos platos preparados por
colombianos. 
Por la tarde, esta vez conmigo de copiloto, visitamos más
enclaves, incluyendo el más alto de la zona, con una ermita y una caseta
ocupada por una funcionaria que se encarga de dar avisos de incendios (5).
También un renombrado pueblo (6) con gran iglesia mudéjar y cura del Opus Dei,
donde trasegamos salmueras con hielo. Oscurece y volvemos al bar de las
piscinas, pero nos atrapa el cansancio y volvemos a la casa de mi anfitriona,
tras escuchar un encendido discurso de los lugareños acerca de las campanas y
su tañir.
Me pregunto si todo esto no será, quizás, la vida real. Pero
me siento mayor para sentir de otra forma, para vivir como un humano
costumbrista, adaptado, pendiente de ese pasar de los días marcado por las
estaciones, por el tiempo detenido, por el agua y el fuego, por el viento y la
tierra. Tengo los plomos fundidos y me da pereza ir a comprar el recambio.
Mañana volveré a la capital y reconectaré mis neuronas al ordenador y a las
absurdas necesidades urbanas.
Jueves 26. Hay un
impresionante nevero junto al pueblo, al que llaman la nevera; de interior
practicable, amplísimo, desconocido. Visitamos cultivos afectados por la riada
entre interminables campos de aerogeneradores. El aluvión en el cauce del río Cámaras
se ha llevado huertos, cocheras, paseos, plantas bajas de viviendas, sotos
enteros, automóviles. Perduran los trabajos en el paisaje roto, generando grandes
escombreras. Pero sobre todo silencio. Dos semanas después de los llantos y los
abrazos, gestos de resignación. Nada será igual.
El sol aprieta junto a la gran dolina y el poblado ibero. Visto
desde aquí arriba, el pueblo ignoto parece intacto. No lo está. Ni sus calles
aún rojas de restos de barro ni sus gentes, que no habían vivido nunca una
catástrofe de esta magnitud. 
En mayo de 2003 el río Huerva se desbordó a su paso por
Zaragoza capital y yo fabulé una comparativa entre el fenómeno y mi ruinoso
estado vital de aquella época. Hasta estos días no he conocido la existencia
del río Cámaras, cuya cuenca, y la del río Aguasvivas, donde desemboca, han
sido inundadas afectando gravemente a localidades de dos provincias, incluyendo
el pueblo de mi anfitriona. Yo arrastro mis ruinas, pero no son comparables a
las que sufren otros, afrontadas con muchas más toneladas
de dignidad. En todos los casos nuestras vidas son los ríos.
(1) La Cartuja Baja (Zaragoza).
(2) Villar de los Navarros (Zaragoza).
(3) Azuara (Zaragoza), 13 de junio de 2025.
(4) Nogueras y Santa Cruz de Nogueras (Teruel).
(5) Cabezo de la Virgen de Herrera (frontera provincial).
(6) Herrera de los Navarros (Zaragoza).


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