Magnífico viaje a Nápoles
Cervantes pasó cinco años de cautiverio tras ser capturado en 1575 por piratas berberiscos mientras viajaba de Nápoles hacia España, tras batallar en Lepanto.
450 años después, yo viajo de España a Nápoles.
Es miércoles, 17 de septiembre de 2025 y mi hija y yo descubrimos el magnífico palacio donde nos vamos a alojar: Ruffo di Bagnara, del siglo XVII. Para encontrar el apartamento es necesario ver un vídeo con las pistas. Pero cuando se llega a la puerta por fin, te envían otro vídeo para poder entrar. ¡Conseguido!
Desde la ventana con magníficas vistas vemos un arco en la plaza Dante y bajamos a atravesarlo. Da a la calle Port'Alba, llena de librerías de viejo. De allí a la plaza Bellini, repleta de gente tomando algo, de buen rollo. Al lado, en la calle Santa María de Constantinopoli, cenamos muy bien en una osteria. Tras tomar unas cervezas muy a gusto en el Hangover, una tienda paquistaní en la calle Carlo Doria, nos vamos a dormir.
El jueves 18 recorremos el centro del casco histórico, incluyendo las iglesias de Jesús Nuevo y Santa Clara, pasando por Spaccanapoli, antiguo decumano. Éxtasis de taxis, motos, turistas, señor cantando en su ventana, maradonas, limonadas explosivas, cornichelos, polichinelas, bocinazos, prisas y risas. Magnífico.
Comemos pizza muy rica en una pizzería pequeñita. Tras unos cafés también muy ricos en la calle Toledo, caminamos por ella hasta el mar, pasando por la exquisita galería Humberto I y la gran plaza del Plebiscito, que está preparada para unos conciertos multitudinarios. Cerca del castillo del Huevo tomamos unos helados, viendo cómo el sol se pone en Posilipo.
Subimos en ascensor al monte Echia, desde donde vemos la bahía y el Vesubio, y volvemos a nuestro barrio. Juega el Nápoles en las teles de los bares y cenamos pizza en la plaza Dante.
El viernes 19 es San Genaro, patrón de Nápoles: visitamos la catedral, donde el obispo muestra la ampolla con la sangre licuada del santo. Luego vemos la basílica de San Lorenzo Mayor y la iglesia de San Gregorio Armeno, en la calle de los pesebres. Bajamos a Nápoles subterránea, espectacular. Antiguos aljibes enormes e incluso parte del teatro romano de Neapolis. Comemos pizza y vamos a descansar de tantas escaleras.
Subimos con el funicular de Montesanto al castillo de Sant'Elmo. Vistas y cervezas. Tomamos un spritz en la plaza Bellini y cenamos pizza especial.
Sábado 20, visita a Pompeya, magnífica: allí conocemos el patrimonio inmaterial del pueblo romano. Trenes de ida y vuelta repletos. Comida marinera en Puerta Nolana y café en plaza Garibaldi.
Visitamos la estación de metro de Toledo, magnífica. Y después el parque de Capodimonte, con su gran basílica debajo. Cenamos pizza magnífica en la pizzería pequeñita.
El domingo 21, al Museo Arqueológico, magnífico: allí está todo el patrimonio material de Pompeya. Comemos pasta rica, vemos la puerta San Genaro y vamos al aeropuerto con un taxista que afirma que si no me gusta el fútbol es porque soy listo.
Cualquiera poco observador diría que los napolitanos conducen a lo loco, entre el barullo del tráfico interminable. Pero no. Se caracterizan por una gran pericia y sortean a peatones y los otros vehículos en una coreografía de caos ordenado.
El vuelo se retrasa por tormentas en Barcelona, pero no pasa nada. Cervantes volvió manco de Lepanto y nosotros lo hacemos repletos de pizza y sanos y salvos de Nápoles, ciudad evocadora, vivísima y magnífica.
450 años después, yo viajo de España a Nápoles.
Es miércoles, 17 de septiembre de 2025 y mi hija y yo descubrimos el magnífico palacio donde nos vamos a alojar: Ruffo di Bagnara, del siglo XVII. Para encontrar el apartamento es necesario ver un vídeo con las pistas. Pero cuando se llega a la puerta por fin, te envían otro vídeo para poder entrar. ¡Conseguido!
Desde la ventana con magníficas vistas vemos un arco en la plaza Dante y bajamos a atravesarlo. Da a la calle Port'Alba, llena de librerías de viejo. De allí a la plaza Bellini, repleta de gente tomando algo, de buen rollo. Al lado, en la calle Santa María de Constantinopoli, cenamos muy bien en una osteria. Tras tomar unas cervezas muy a gusto en el Hangover, una tienda paquistaní en la calle Carlo Doria, nos vamos a dormir.
El jueves 18 recorremos el centro del casco histórico, incluyendo las iglesias de Jesús Nuevo y Santa Clara, pasando por Spaccanapoli, antiguo decumano. Éxtasis de taxis, motos, turistas, señor cantando en su ventana, maradonas, limonadas explosivas, cornichelos, polichinelas, bocinazos, prisas y risas. Magnífico.
Comemos pizza muy rica en una pizzería pequeñita. Tras unos cafés también muy ricos en la calle Toledo, caminamos por ella hasta el mar, pasando por la exquisita galería Humberto I y la gran plaza del Plebiscito, que está preparada para unos conciertos multitudinarios. Cerca del castillo del Huevo tomamos unos helados, viendo cómo el sol se pone en Posilipo.
Subimos en ascensor al monte Echia, desde donde vemos la bahía y el Vesubio, y volvemos a nuestro barrio. Juega el Nápoles en las teles de los bares y cenamos pizza en la plaza Dante.
El viernes 19 es San Genaro, patrón de Nápoles: visitamos la catedral, donde el obispo muestra la ampolla con la sangre licuada del santo. Luego vemos la basílica de San Lorenzo Mayor y la iglesia de San Gregorio Armeno, en la calle de los pesebres. Bajamos a Nápoles subterránea, espectacular. Antiguos aljibes enormes e incluso parte del teatro romano de Neapolis. Comemos pizza y vamos a descansar de tantas escaleras.
Subimos con el funicular de Montesanto al castillo de Sant'Elmo. Vistas y cervezas. Tomamos un spritz en la plaza Bellini y cenamos pizza especial.
Sábado 20, visita a Pompeya, magnífica: allí conocemos el patrimonio inmaterial del pueblo romano. Trenes de ida y vuelta repletos. Comida marinera en Puerta Nolana y café en plaza Garibaldi.
Visitamos la estación de metro de Toledo, magnífica. Y después el parque de Capodimonte, con su gran basílica debajo. Cenamos pizza magnífica en la pizzería pequeñita.
El domingo 21, al Museo Arqueológico, magnífico: allí está todo el patrimonio material de Pompeya. Comemos pasta rica, vemos la puerta San Genaro y vamos al aeropuerto con un taxista que afirma que si no me gusta el fútbol es porque soy listo.
Cualquiera poco observador diría que los napolitanos conducen a lo loco, entre el barullo del tráfico interminable. Pero no. Se caracterizan por una gran pericia y sortean a peatones y los otros vehículos en una coreografía de caos ordenado.
El vuelo se retrasa por tormentas en Barcelona, pero no pasa nada. Cervantes volvió manco de Lepanto y nosotros lo hacemos repletos de pizza y sanos y salvos de Nápoles, ciudad evocadora, vivísima y magnífica.
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