Paletonia, o no



Érase una vez una ciudad de provincias que lo tenía todo, aunque sus habitantes no lo sabían. Érase un microcosmos que atesoraba milenios de historia, que le habían dado un carácter muy determinado, distinto a los ojos de cualquier observador exterior al de las grandes ciudades que lo circundaban. Los pobladores de esa ciudad olvidada en los libros y en las redes sociales eran muy variados y compartían inquietudes y saberes que, en conjunto, eran un gran tesoro, pero tomados uno a uno, sólo los usaban para defenderse del resto, con ataques más o menos fundados. Se trataba de una ciudad, aunque más parecía una comunidad de vecinos. Había un derroche infinito de sabiduría popular, heredada de los núcleos rurales que la habían alimentado. En la pirámide de la valoración social, estos saberes constituían una sólida base sobre la que se asentaba el resto. Luego había un caldo de cultivo, de mayoría anarquista pero con muchos elementos comunistas, que alimentaba intelectualmente al resto de la población. Eran individuos formados en la segunda mitad del siglo XX, con su fecunda herencia de la mitad anterior. Como en otros tantos núcleos poblacionales de Occidente, asimilaron la filosofía de la contracultura, acabando en muchos casos adaptándose al orden establecido. Algunos llegaron a puestos preeminentes, como directores de medios de comunicación, presidentes de fundaciones, altavoces del pueblo… Pero la mayoría fueron consecuentes con sus principios, y siguieron fustigando desde sus pequeños altares, sin dejarse llevar por la corriente. Aforos de público reducidos, lectores ávidos de mensajes diferenciados, musas inconformistas, grupos reunidos en torno de bares, tendencias pop, letraheridos… Eran una masa de miles de personas concienciadas, críticas con los poderes. Y por fin, los que menos tocados por la ética quedaron de esas fecundas generaciones, se apuntaron desde las postrimerías de la dictadura a una nueva moda importada y financiada desde Alemania, vía Estados Unidos: la socialdemocracia. La ciudad sufrió, como el resto del país, esta moda impuesta que no abarcaba sólo la política, sino que se infiltró concienzudamente en todas las ramas del saber, inundando las universidades. El conjunto de ciudadanos afines a las ideas conservadoras, esa ralea de barro informe que hace avanzar más lento, no forma parte de esta historia porque no tienen relevancia moral, pero los citados socialdemócratas fueron ocupando poco a poco todas las cátedras. Eran personas intelectualmente válidas, que compraron rápidamente el discurso anticomunista derivado del fracaso en el este de Europa y se instalaron muy cómodos en sus poltronas, haciendo guiños inocuos al anarquismo mientras tragaban todos los sapos ideológicos del nuevo régimen, pantomima de democracia sin cambiar los cimientos, que se impuso en el país. Estos próceres, limpios de la pátina de un pasado atroz de fusilamientos y torturas, miraron a otro lado mientras el nuevo Gobierno de 1982 perpetuaba los privilegios de la aristocracia del estraperlo. Hubo grandes avances en la investigación cultural, siempre capitaneados por los socialdemócratas del vértice superior de la pirámide, mientras poco a poco se fue enterrando la memoria de quienes realmente mantuvieron despierta la lucha contra la dictadura. En la ciudad de provincias se alentó una cierta forma de nacionalismo, que engendró opciones políticas de distinto signo, con el nexo común de la pertenencia a la élite. Hoy sobreviven, jubilados o prejubilados, aquellos personajes que mantuvieron viva la llama falsa del progresismo descafeinado, y también algunos de los que nunca se adhirieron a esa monumental feria de vanidades. Poco a poco van muriendo, mientras que en las nuevas generaciones nada de esto parece estar sobre la mesa. Algunos de los pusilánimes se constituyeron en élite cultural y continúan en ello. Muchos de los resistentes siguen siendo punta de lanza de la crítica local, pero la amplia mayoría de los habitantes viven ajenos a ambas corrientes, trepanados por el miedo, los medios de comunicación de masas y la economía de subsistencia. Una ciudad milenaria, con un potencial demostrado de valor cultural, social y de análisis, hoy se arrastra como un reptil moribundo, y no tiene visos de mejora a corto plazo. Pero mientras tanto, algunos nos seguimos divirtiendo, que al fin y al cabo, es lo que da sentido a esta vida. Sin renunciar al espíritu libre, crítico y de avance social que siempre se impone sobre las cavernas, los traidores y los cenizos.

Comentarios

Entradas populares