El gran diseño. Más allá de la polémica
En el libro de Stephen Hawking coescrito con Leonard Mlodinow El gran diseño (2010), sobre la llamada teoría M, se argumenta desde un punto de vista científico la no necesidad de Dios. Esto fue lo que generó tanto la polémica como el gran volumen de ventas del texto. Sin embargo, para un lector racionalista, acostumbrado a la ciencia y a la filosofía en su estado posterior al mito primitivo, es decir, a la evidencia de la inexistencia de los dioses y los ectoplasmas, hay un aspecto mucho más interesante en el libro citado.
Se trata de que, como explican los autores, nuestro estado actual de conocimientos nos lleva a afirmar que todos los fenómenos físicos (es decir, todos los fenómenos) son susceptibles de llevar al campo de las matemáticas, estableciendo mediante fórmulas lo que se han dado en llamar leyes de la naturaleza.
Estas fórmulas se han ido consolidando y aumentando a medida que avanza la ciencia, y se han demostrado útiles para predecir los comportamientos de la materia, desde el átomo hasta las galaxias.
Y aquí viene lo que considero más relevante: dado que el ser humano está compuesto de elementos químicos que interactúan entre sí, y su comportamiento viene dado por las interacciones que se producen en el interior de nuestro cerebro, si fuésemos capaces de procesar la ingente cantidad de datos objetivos con los que opera la mente, podríamos predecir matemáticamente todas nuestras reacciones, desde el momento de nuestro nacimiento hasta nuestra muerte.
Así pues, el desarrollo de cada una de nuestras vidas no es más que el resultado de la combinación de una serie muy extensa de fórmulas matemáticas, leyes físicas a las que respondemos como cualquier otro conjunto de átomos: un vaso de agua en el congelador, una pizca de sal lanzada al viento o un sistema planetario más allá de Orión.
En el mismo texto se plantea que lo que llamamos libre albedrío no es más que nuestra reducida forma de darle nombre a unas reacciones que no somos capaces de predecir por el simple hecho de que son demasiadas ecuaciones para nuestra capacidad aritmética. Del mismo modo, las leyes de Newton son aplicables a los objetos macroscópicos, convirtiéndose así históricamente en un caso concreto de las leyes de Einstein, que abarcan también los objetos diminutos.
La libertad, como siempre intuyeron los poetas, no es más que un fantasma, una manera simple de explicar lo complejo. Y en nuestro entorno, el de la sociedad humana, un valor que tiene sentido. Pero creo que es muy interesante que no perdamos de vista que sólo se trata de un concepto práctico, igual que la vieja costumbre de separar alma y cuerpo para entender mejor las emociones que nacen de las sinapsis neuronales. Para quedarnos más tranquilos.
Un fantasma recorre Europa: ¡El FANTASMA de la libertad!
ResponderEliminarLa película de Buñuel El fantasma de la libertad (1974) debe su título a un homenaje al Manifiesto comunista, que empieza con la versión original de tu revisión de la frase; mientras que La edad de oro (1930) tuvo como título posible "En las heladas aguas del cálculo egoísta", frase del mismo Manifiesto. Lo cual no es óbice para que tus estudios sobre espectros sean puestos en común tanto para los burgueses como para los obreros, cuyos fantasmas serán similares en cien años.
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