Disección del comportamiento humano
Mon oncle d’Amérique (Alain Resnais, 1980)
Guión: Jean Gruault. Inspirado en los trabajos del profesor Henri Laborit.
Aporto los fragmentos de la obra en los que se disecciona el comportamiento humano por parte de Henri Laborit, en primera persona. Si bien las teorías que se exponen acerca de la división del cerebro son falsedades paracientíficas, podemos tomarlas como metáforas didácticas. Del mismo modo, las afirmaciones categóricas -acerca de las causas de las enfermedades y otras- han de ser tamizadas por la lógica. En cualquier caso, todas las consideraciones de este texto inducen a la reflexión y al autoconocimiento, lo cual es sin duda positivo.
La única razón de existir para un ser, es existir. Es decir,
para mantener su estructura orgánica, debe permanecer vivo; si no, no hay ser.
Las plantas pueden permanecer vivas sin desplazarse. Ellas toman su alimento
directamente del sol y gracias a la energía del sol, transforman esta materia
inanimada en su propia materia viva.
Los animales, incluyendo el ser humano, solo pueden vivir
consumiendo la energía solar transformada previamente por las plantas. Esto
provoca su movilidad. Se ven forzados a moverse de un lugar a otro. Para
desplazarse en el espacio se requiere un sistema nervioso. Este sistema
nervioso permite actuar sobre y dentro del entorno. Y siempre por la misma
razón: sobrevivir. Si la acción es eficaz, el resultado es una sensación de
placer. Hay un impulso que mueve a los
organismos vivos para preservar su equilibrio biológico, su estructura vital y
mantenerles vivos. La función de un cerebro no es pensar, es actuar.
La evolución de las especies es conservacionista. Así, en el
cerebro de los animales, encontramos formas muy primitivas. Hay un "primer
cerebro", que Paul MacLean llama el cerebro de reptil, que permite la
supervivencia inmediata, sin la cual ningún animal podría sobrevivir. Beber y
comer le permite mantener su estructura; y copular, reproducirse. Después,
cuando llegamos a los mamíferos, un "segundo cerebro" se agrega al primero.
MacLean y otros llaman a esto el cerebro
de la afectividad. Yo prefiero llamarlo el cerebro de la memoria.
Sin memoria, ¿qué es agradable o desagradable?, no hay
diferencia entre estar feliz, triste, angustiado, enojado o enamorado. Podríamos
casi decir que una criatura viva es una memoria que actúa. Entonces un
"tercer cerebro" se agrega a los otros dos. Se llama el córtex
cerebral. En el ser humano se halla muy desarrollado. Lo llamamos córtex
asociativo, es decir que "conecta". Conecta las diversas trayectorias
de los nervios, que han conservado huellas de experiencias previas. Las conecta
de una manera diferente a la que fueron influidas por el medio ambiente en el
momento mismo de la experiencia. Es decir, que nos permite crear, realizar
ideas imaginativas. En los humanos, estos tres cerebros siempre existen,
sobrepuestos. Nuestros impulsos siempre son primitivos, al venir del cerebro
reptil.
Estas tres capas del cerebro deben funcionar juntas. Por lo
tanto, se relacionan por las uniones
nerviosas. Una unión puede llamarse el nudo de la recompensa. Otra, el
nudo del castigo. Ésta conducirá a la huida, o a la lucha. Otra causará la
inhibición de la acción. Por ejemplo, la caricia de una madre a su niño, la
medalla que halaga el narcisismo del soldado, el aplauso del público para un
actor... Estas acciones liberan substancias químicas en el nudo de la
recompensa produciendo un placer con motivo de la atención recibida.
Hablé sobre la memoria. Pero debemos entender que en el
nacimiento, el cerebro es aún lento e inmaduro. Por lo tanto, durante los 2 o 3
primeros años de la vida, la experiencia que él tendrá del medio y sus
alrededores, será indeleble. Desempeñará un papel muy importante en la
evolución de todo su comportamiento futuro. Finalmente, debemos reconocer que
todo lo que afecta a nuestro sistema nervioso, desde el nacimiento, y quizás
antes en el útero, los estímulos que actúan sobre nuestro sistema nervioso, vienen
esencialmente de los otros.
Nosotros somos los otros. Cuando morimos, son los otros, interiorizados
por nuestro sistema nervioso, quienes han formado y construido nuestro cerebro,
quienes lo han llenado: quienes van a morir.
Así, nuestros tres cerebros están ahí. De las dos
primeras funciones del cerebro
inconsciente, no sabemos nada. Impulsos, automatismos culturales. El tercero
conlleva un lenguaje explicativo, el cual proporciona siempre una excusa para
el funcionamiento inconsciente de los dos primeros.
Podemos comparar el inconsciente a un mar profundo. Eso que
llamamos consciencia es la espuma que aparece esporádicamente en la cresta de
las olas. Es la parte más superficial de ese mar, batido por el viento.
Podemos distinguir cuatro clases principales de
comportamiento.
1 - Comportamiento
de consumición, que satisface necesidades
básicas: comer, beber, copular.
2 - Comportamiento de satisfacción. Cuando una acción produce placer, intentamos repetirla.
3 - Comportamiento de respuesta al castigo, ya sea por la huida, que lo evita, o por la lucha para destruir al objeto de la agresión.
4 - Comportamiento de inhibición. Toda acción cesa. Esperamos en tensión, lo que conduce a la angustia. Angustia es la imposibilidad de dominar una situación.
2 - Comportamiento de satisfacción. Cuando una acción produce placer, intentamos repetirla.
3 - Comportamiento de respuesta al castigo, ya sea por la huida, que lo evita, o por la lucha para destruir al objeto de la agresión.
4 - Comportamiento de inhibición. Toda acción cesa. Esperamos en tensión, lo que conduce a la angustia. Angustia es la imposibilidad de dominar una situación.
Se pone una rata en una jaula, con dos compartimentos divididos
por una reja, que tiene una puerta. El suelo está electrificado intermitentemente.
Antes de que la electricidad pase por el suelo, una señal advierte al animal. Cuatro
segundos después se producirá la descarga. Él no sabe cuando comienza. Aprende
rápidamente, pero al principio es sorprendido. Enseguida ve la puerta abierta y
pasa al otro lado. Lo mismo sucede algunos segundos después. Aprende rápido que
puede evitar el castigo de la descarga eléctrica volviendo al lugar donde
estaba al principio. Se coge el animal, sujeto del experimento durante diez
minutos al día, siete días seguidos. Después de estos siete días, tiene una
salud perfecta. Su piel es lisa, su presión arterial es normal. Él ha evitado
el castigo con la huida. Ha sido una experiencia agradable. Ha mantenido su
equilibrio biológico.
Lo qué es fácil para una rata en una jaula, es más difícil
para el ser humano en sociedad. Se han creado ciertas necesidades para vivir, por
parte de esta sociedad, desde la misma infancia. Y es raramente posible satisfacer
esas necesidades recurriendo al combate, cuando la huida es ineficaz.
Cuando dos individuos con proyectos diferentes, o el mismo
proyecto, están compitiendo para lograrlo, hay un ganador y un perdedor. El
resultado es la dominación de uno de los individuos sobre el otro. El intento
de dominar en un espacio, que podemos llamar el territorio, es la base
fundamental de todo el comportamiento humano, aunque no seamos conscientes de
nuestros motivos.
No hay un instinto de propiedad. Ni hay un instinto de
dominación. Existe simplemente el sistema nervioso del individuo que ha
aprendido la necesidad que tiene de conservar a su disposición un objeto o un
ser, que también es deseado, protegido, por otro ser. Y él sabe por
aprendizaje, que en esa competición, si conserva ese objeto o persona a su
disposición, él la va a dominar.
Hemos dicho ya que somos otros. Un niño salvaje, abandonado
lejos de la gente, jamás será una persona. Nunca sabrá cómo caminar o hablar. Se
comportará como un pequeño animal. Con el lenguaje, los seres humanos han
podido transmitir de generación en generación todas las experiencias habidas, en
los millones de años del mundo. Una persona sola requiere mucho tiempo para
poder asegurarse su propia supervivencia. Necesita de los otros para poder vivir.
No sabe hacer todo, no es político, técnico.
Desde la infancia, la supervivencia del grupo está unida a
la enseñanza del adulto a los jóvenes de lo que es necesario para vivir en
sociedad. Le enseñamos a no mancharse, haciendo pipí en su orinal. Entonces,
muy rápidamente el niño aprende cómo comportarse para que la cohesión del grupo
pueda mantenerse. Le enseñamos qué es bello, qué es bueno, qué es malo, qué es
feo. Decimos lo que él debe hacer y le castigamos o premiamos; por consiguiente,
no importa cuál sea su elección del placer. Castigo o premio, según su
comportamiento, son adecuados a la supervivencia del grupo.
Empezamos a conocer cómo funciona el sistema nervioso. Solamente
en los últimos 20 o 30 años estamos
siendo capaces de comprender cómo a partir de moléculas químicas, que conforman
la base, se establecen las vías nerviosas, que van a ser codificadas, impregnadas
por las condiciones sociales. Y todo esto dentro de un mecanismo inconsciente. Es
decir, nuestros impulsos y nuestros automatismos sociales son enmascarados por
el lenguaje, por el discurso lógico.
El lenguaje solo puede ocultar la causa de la dominación; el
mecanismo que oculta esta dominación hace creer al individuo que trabaja por el
conjunto social, cuando en realidad, lo hace para su placer. Lo qué él hace en
general es mantener las situaciones
jerárquicas, que se esconden tras coartadas lingüísticas. Coartadas facilitadas
por el lenguaje, como excusa.
En una segunda situación, la puerta de comunicación entre
los dos lados de la jaula, está cerrada. La rata no puede huir. Experimentará
el castigo, que no puede evitar. Este castigo le provocará una conducta de
inhibición: aprende que la acción es inútil, no puede escaparse o luchar. Se
inhibe. Esta inhibición, en el ser humano, produce un estado de angustia que le
ocasiona profundos desórdenes biológicos. Tan profundos que, si un microbio
aparece, mientras que normalmente podría hacerlo desparecer, ahora no podría: y
tendría una infección. Si hay una célula cancerígena, que normalmente se
destruiría, ahora se desarrollaría, y
llegaría a ser un cáncer. Y estos problemas biológicos, le conducirán a esas enfermedades,
llamadas de civilización o psicosomáticas. Úlceras de estómago, hipertensión
arterial, insomnio, fatiga... malestar continuo.
En una tercera situación, la rata no puede escapar. Recibirá
todo el castigo, pero estará junto a otra rata que le servirá como adversario. Con
la que va a luchar. El combate es totalmente inútil. No le permite evitar el
castigo, pero ha actuado. El sistema nervioso produce la acción. Esta rata no
tendrá ningún problema patológico, como observamos en el caso precedente. Estará
en buenas condiciones, aunque haya recibido el mismo castigo.
En el caso del ser humano, la ley social prohíbe en general tal
violencia defensiva. Vemos como él soporta, todos los días, presiones en el
trabajo, sin replicar. No puede romperle la nariz. Le denunciaría. Tampoco puede huir, pues iría al paro. Y todos
los días, todas las semanas, y cada mes, a veces años, él se inhibe de actuar.
El ser humano tiene varias maneras de luchar contra esta
inhibición de actuar. Por ejemplo la agresividad, que nunca es gratuita. Siempre
es una respuesta a la inhibición de la acción. Se desemboca en una explosión
agresiva, que raramente se entiende. Pero, por el sistema nervioso, es
perfectamente explicable.
Así, como hemos dicho, esta situación que tiene la persona,
de inhibición, si se prolonga, afectará a su salud. La alteración biológica, que
él produce, causará no solamente la aparición de enfermedades infecciosas. También
de la conducta, lo que llamamos "enfermedad mental". Si una persona
no expresa su agresividad frente al otro, entonces se vuelve contra él mismo de
dos maneras. Él somatizará, es decir que dirigirá su agresividad sobre su
estómago produciéndose una úlcera; o sobre su corazón y arterias, causando la
hipertensión, e incluso lesiones agudas que pueden producir un shock cardíaco, con
ataques de corazón, derrames cerebrales. Puede desarrollar urticaria o crisis
de asma. También puede volver su agresividad contra él, de una manera más
eficaz: se puede suicidar. Cuando no podemos ser agresivos con los otros, se
puede hablar de suicidio, y ser agresivo con nosotros.
El inconsciente es un instrumento formidable. No solamente
porque contiene todo lo que hemos reprimido, cosas demasiado dolorosas para
poder expresar, seriamos castigados por la sociedad, sino también porque todo lo
que es permitido, incluso recompensado por la sociedad, se ha alojado en el
cerebro desde nuestro nacimiento. Somos inconscientes de su presencia, pero
dirige nuestros actos. Este inconsciente es el más peligroso. Es lo que
llamamos la personalidad del individuo. Se construye con ladrillos, de juicios
del valor, de prejuicios y tópicos. Según avanza su edad, se vuelve más y más rígido,
con menos capacidad de respuesta. Quitemos una sola piedra del edificio, y todo
se derrumbará, desvelando la angustia. Esta angustia no detendrá al individuo
frente a la muerte, ni al genocidio, ni a la guerra entre grupos sociales, para
destruirse.
Comenzamos a comprender con qué mecanismo, por qué y cómo, a través de la historia, y en el
presente, se han establecido las actuales jerarquías de dominación. Para ir a
la luna, es necesario conocer la ley de la gravedad. Conocer la ley de la
gravedad no nos libera de la gravedad, nos permite utilizarla para hacer otras
cosas. Mientras no hayamos difundido extensamente, entre todos los seres humanos,
cómo funciona su cerebro, cómo lo utilizan, mientras no sepan que lo utilizan
para dominar a otros, existirán pocas oportunidades de que algo cambie.
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