La cultura de la cancelación no existe
Hola, amiguitos. Voy a volver sobre un tema que ya traté en
una reciente entrevista.
Se trata de la llamada cultura de la cancelación, tan de moda. Para los que no
sepáis exactamente a qué me refiero, es el fenómeno de retirar el apoyo a
personas famosas porque dicen o hacen supuestamente algo reprobable.
¿Qué es reprobable? Para los que creemos en el progreso de
la humanidad y sus costumbres, es decir, para la gente de izquierdas, lo malo es
lo que forma parte del conjunto de usos y costumbres asociados al pasado, que
consideraba inferior a alguien de otro país, de otro sexo o de otra edad. Las
sociedades y sus legislaciones van disminuyendo las discriminaciones, y eso nos
parece muy bien a los humanistas.
La supuesta cancelación extendida de individuos que se
aferran al pasado en algunas de sus manifestaciones de injusticia social no existe.
Lo que sí hay es anécdotas de famosos que han sido criticados en las redes
sociales por sus barbaridades, llegando en algún caso a afectar a su vida
laboral. Por lo general, los tribunales de justicia no han dictado sentencia
contra ellos, puesto que no han cometido ninguna ilegalidad.
Estos casos no pasan de ser curiosidades sin importancia.
Primero, porque los famosos son una minoría insignificante. Segundo, porque los
famosos fachas o bocazas son solo una parte de esa minoría. Y tercero, porque
esos casos se pueden contar con los dedos de una mano.
Lo que sucede es que desde la derecha se hace todo lo
posible por conservar tanto su estatus económico y de poder como las rancias
prácticas que les caracterizan. E inventan bulos universales en su intento de
que todo siga igual de mal. Cuando alguien lanza una opinión progresista para
contrarrestar acciones o manifestaciones retrógradas, los conservadores alzan
la voz hipócritamente para defender la libertad de expresión, esa que siempre
han intentado evitar.
Ahora resulta que, gracias a la estrategia de inversión
ideológica de la derecha, se está extendiendo peligrosamente la falsa idea de
que es la izquierda la que censura. El invento facha de la cultura de la
cancelación es un capítulo más de toda esa basura. Los plañideros mediáticos y
sus acólitos de internet o de los bares propagan como la pólvora que antes
había más libertad, y muchos ciudadanos bienintencionados se tragan el discurso
cavernícola.
Vamos al caso de España, que es el que tenemos más a mano.
¿Alguien con más de una neurona es capaz de afirmar sin género de dudas que
durante el franquismo o el gobierno de la UCD había más libertad y más justicia
social? Quizás haya que recordar que los avances sociales, promovidos por la
izquierda siempre, nos han llevado a una situación en la que está legalizado el
divorcio, el aborto y el matrimonio homosexual, y que los tribunales están
obligados a defender a las mujeres, a la naturaleza, a los animales, a los
ancianos o a los extranjeros, con mucha mayor fuerza que antaño.
Por supuesto que todo es perfectible y que se han dado casos
de retroceso en derechos, sobre todo laborales, y también en la libertad de
expresión de los indispensables críticos al sistema. Todo ello fruto de la
terrible conjunción de una Comunidad Europea antisocial y de unos gobiernos
conservadores. Pero hay una tendencia histórica clara de avance. Todos los que
afirman lo contrario son voceros de la derecha y pesimistas apesebrados.
La magnificación y crítica del “Me Too” es una parte de toda
esta trampa conservadora. Nacido en 2017, es un movimiento de denuncia contra quienes
tienen comportamientos sexuales de acoso. Algo encomiable: cuantas más personas
son bloqueadas en esas actividades de abuso de poder, más avanza la sociedad. Y
aquí llega la derecha, en algunos casos disculpando a los perpetradores, y en
los más intentando inflar los casos denunciados. Todo vale para esas alimañas:
cuando el supuesto criminal sexual es un reconocido intelectual de izquierdas,
hay que ir a por él, aunque los tribunales hayan dictado sentencias
exculpatorias.
Sin duda hay casos de denuncias falsas. Los hay en cualquier
asunto susceptible de litigio. De nuevo, las agencias de desinformación
derechistas acuden como buitres a airearlas, para dar la impresión de que son
algo más que casos aislados. Lo hacen a diario, tanto con los casos de
violencia de género como con cualquier otro avance legislativo, sea de defensa
del medio ambiente, de los animales, del empleo, de la vivienda, de la
educación o de la sanidad. Y cuando no tienen a qué anécdota agarrarse, mienten
directamente.
El lenguaje inclusivo es continuamente rechazado por los
fachas, que alardean de resistentes ante la corriente igualitaria. Intentan
hacer creer que transgreden no usándolo, cuando lo único que logran es volver a
demostrar que defienden el código apolillado de supremacía de género. Esconden
de nuevo la evidencia de que nadie les obliga a utilizarlo y se ponen la
medalla de la lucha por la libertad.
No les gusta la innovación lingüística, siempre que sea para
que las sociedades avancen. Pero los reaccionarios han inventado un nuevo
vocablo para referirse despectivamente a los progresistas: woke. Para más información, leer mi breve artículo al respecto.
Hay episodios de censura política pretendidamente
progresista, como la eliminación de lenguaje procaz en libros infantiles o la
interrupción de la emisión de canciones con valores anticuados en las radios y
televisiones. Son acciones de mentes poco desarrolladas, en muchos casos
mercantilistas, que denotan nulo respeto a la cultura. Es decir, provienen del
mundo conservador. Una vez más, se difunden como fruto de la imposición de la
nueva izquierda.
La disminución de libertad que inventan los que nunca la han
defendido es la práctica publicitaria más asquerosa de la historia de la
derecha. Estoy seguro de que muchas de las personas de cierta edad que están
leyendo esto han sido ya captadas por esa tremenda falacia. Pido por favor que
reflexionen. Un ejemplo español actual: cada vez que alguien maduro hace
referencia a cualquier desigualdad tradicional, asumida por la sociedad de su
juventud, bromea automáticamente con la posibilidad de que la actual mirada
progresista le llegue a censurar o denunciar.
El arco es amplio: desde los varones que aseguran ufanos que
con la actual legislación que evita la agresión sexual no habrían ligado nunca,
hasta los artistas que dicen autocensurarse para evitar problemas legales.
Pasando por quienes ven con desagrado su pérdida de privilegios para denigrar a
los colectivos marginados. Afortunadamente ese antiguo estatus de caspa y
desigualdad está desmoronándose, gracias a los que siguen creyendo en un mundo
mejor.
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