De Anguita a Piccoli


Muere Michel Piccoli y el mundo pierde al gentleman francés por antonomasia. Había trabajado para todos los directores de cine del siglo XX. Dos papeles perfectos, de los cientos, por resumir: el del amigo libertino de Catherine Deneuve en Belle de jour de Buñuel, y el de protagonista de Habemus Papam, de Nanni Moretti. Hace 16 años me fui al sur de Francia con Jesús Cuartero y nos alojamos en un apartamento donde todo recordaba a Michel Piccoli. El propio Cuartero era como un trasunto suyo, o de sus personajes. Hoy sé que aquella escapada lluviosa era la metáfora de la huida de mí mismo, en un momento clave de mi vida. En ese viaje rodamos nuestro cortometraje Piccolinadas, una humorada experimental. En España se habían vivido los años de hierro del aznarato, y en el mundo todas las gentes de bien se manifestaban contra la guerra, en las concentraciones más numerosas jamás vistas. El comunista Julio Anguita era el coordinador de Izquierda Unida y todo el mundo le quería pero casi nadie le votaba. Funesto vicio el del aprecio a personas públicas concretas y no a sus ideologías. Aún caliente el cadáver de Anguita, estos días hay mucha tropa derechista que declara su admiración por el personaje. Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen, dijo entonces el califa rojo, ante el asesinato de su propio hijo en Bagdad. Pocos años antes, mi amigo cínico Ángel Vallés me afeó que yo le contara cuál era la canción preferida de Anguita: Venecia sin ti, de Charles Aznavour. También era la de mi padre, muerto en 1990. Ángel creyó que le estaba ensalzando al ex alcalde de Córdoba. Lo que yo hacía era un ejercicio sentimental. Aznavour murió el año pasado, y de algún modo era de la misma estirpe que Piccoli. Buñuel, Aznavour, Anguita, Piccoli, mi padre. Francia, Zaragoza, esa Córdoba que visité por primera vez porque tenía alcalde comunista, la chanson, el cine de autor, mis amigos, la muerte.

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