Podemos
PODEMOS
Por Francisco Umbral
Dicen que ha salido un partido nuevo que se hace llamar Podemos. Uno, que lleva ocho años muerto, asoma de su tumba algunas noches para leer los periódicos, porque la tumba es fría y aburrida, porque ya lo decía Luis Buñuel –ese baturro de la vanguardia seca, seco de vanguardias, que nunca me dejó entrevistarle-, y porque me da la gana.
Por Francisco Umbral
Dicen que ha salido un partido nuevo que se hace llamar Podemos. Uno, que lleva ocho años muerto, asoma de su tumba algunas noches para leer los periódicos, porque la tumba es fría y aburrida, porque ya lo decía Luis Buñuel –ese baturro de la vanguardia seca, seco de vanguardias, que nunca me dejó entrevistarle-, y porque me da la gana.
Leo
muerto, digo, los papeles, y veo que unos jóvenes de la Complutense se han
montado un chiringuito nuevo, o sea un partido. Uno lleva muerto unos ocho años,
creo que ya lo he puesto arriba pero repetir es el orgullo de los que hablan
con palabras de nácar, terciopelo y salvia primaveral de los Campos Elíseos.
Esta mañana he estado pensando en mi próximo libro, que seguramente será un
libro/río o novela/río o río/río, porque nuestras vidas son los ríos, etc.
Lo cual
que Podemos, como se ve, parece que va tirando, y la mejor prueba de que tira
es que los partidos tradicionales están que no les llega la saya al cinto, que
diría el cantautor Joaquín Carbonell, de la misma tierra de Buñuel. Yo a
Carbonell lo conocí en los años 60/70, en un mitin o concierto o lo que fuera
que dábamos en el salón de actos de las Teresianas, en el barrio de Entrevías,
con el padre Llanos, Marcelino Camacho y los Tonetti. En la tercera o cuarta
fila estaban sentadas unas quince señoritas muy guapas que más que ir a ver al
cantante iban a verme a mí, como luego se comprobó en las copas, que todas me
ofrecían como un salmo de vestales enloquecidas mientras los sindicalistas, los
fotógrafos y algún sobrero de tarde de corrida mal corrida se quedaban con los
restos –la gorda, la fea, la tonta- al fondo del local de los Marsillach.
Quiere
uno decir, aunque parezca que nos vamos de madre –cuando fue ella la que se fue
de nosotros, ay- que los partidos nuevos son como los nuevos partidos, o sea,
lo mismo de siempre. Unos jóvenes, como tengo apuntado, de la universidad de
Complutum, Alcalá, que de ahí era Cervantes como es sabido, y a mí me dieron el
Premio Cervantes en el año 2000, un poco para que mi padrino putativo Cela
dejara de tocarles los cojones y un poco por lo del cambio del milenio, que era
cosa que daba cierto respeto mortuorio y de cometa Halley.
Estos
chicos, con coleta o sin coleta, que vienen de Marx y parece que se quieren
comer el mundo, me recuerdan los orígenes del socialfelipismo, que empezó como
una fiesta de plazas de toros a reventar de esperanza y terminó con Lasa y
Zabala enterrados en cal por orden del señor X. Yo les deseo mucha suerte y
mucha mano izquierda en lo social y en lo sexual, que son las dos grandes
columnas en las que se asienta la filosofía moderna, como apuntaba Gramsci y me
recordaba don Eugenio d’Ors cuando le iba a visitar todos los días a su casa de
la calle del Pez, número once. Pero de eso hace siglos.
Hoy los
nuevos hippies, algunos con gafitas, como Lennon antes de que lo fusilara un
espontáneo sin grana y sin oro, suponen una pequeña preocupación para algún
político inseguro (no tanta para los que mandan de verdad, que siguen sonriendo
con sus colmillos de Alfonso Escámez, que ahora no sé si está vivo o está
muerto como yo). Pero ellos mismos -listos, cautos, publicitarios, televisivos-,
se han puesto la vacuna antes de la enfermedad: dicen que no son ni de
izquierdas ni de derechas, como José Antonio Primo de Rivera, que no he leído
yo en ningún sitio que fuese un gran poeta realista, pero lo era. A ver si van
a ser de centro, como mi amigo Álvarez Cascos. Tiempo al tiempo.
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