El azar y la ignorancia
Por un lado está la ley de causa y efecto, por la que todo
lo que ocurre tiene un motivo. Es lo que se llama causalidad, y la perspectiva
filosófica al respecto es el determinismo. Así, todo lo que ocurre es
inevitable, puesto que es consecuencia de lo anterior. Un factor clave en todo
esto es el tiempo: se trata de lo que define que la causa precede al efecto.
Por otro lado está lo imprevisible. Se trata de lo que
ocurre sin que podamos atribuirle una causa concreta. Es casi todo, porque no
tenemos las herramientas para predecir, procesando los incontables datos de la
causa, el efecto concreto. Lo aleatorio es aparente, puesto que siempre tiene
una causa, pero ésta es inabarcable.
Cuando algo pasa sin que sepamos su causa, lo consideramos
azar. Y si no nos queremos conformar con esta explicación, otorgamos el poder
de la causa a elementos que nos superan como individuos. De ahí la creencia en
lo sobrenatural, en la trascendencia y en los dioses.
Llamamos ciencia (conocimiento) a lo que asimila el azar con
la ignorancia. Así, el azar es sólo un fenómeno aparente. Esto no quiere decir
que las causas que producen los efectos sean fruto de fenómenos sobrenaturales
o de una inteligencia superior, sino que los humanos no somos capaces de
desentrañar esas causas.
Las existencias del universo y de la vida se deben a una
serie de efectos físicos producidos por unas causas, definidas por la segunda
ley de la termodinámica, que nos habla de la irreversibilidad. Todo varía y
evoluciona por definición. Lo que no tiene sentido es atribuir los cambios a un
diseño previo.
Nada sucede porque sí, pero todo sucede por causas
concretas, en un proceso de navegación irreversible por la flecha del tiempo. Y
el tiempo está definido por el devenir de los sucesos. Todo lo que pasó fue
gestado por lo que había pasado. Todo lo que pasa es consecuencia de lo que
pasó. Y todo lo que pasará es fruto de lo que pasa.
La vida es una organización de la materia donde se produce
un incremento de orden. Ese incremento entra en aparente discordancia con el
aumento de desorden que define la segunda ley de la termodinámica. Sin embargo,
la evolución de las especies no se contradice con las leyes físicas, puesto que
es posible el establecimiento de sistemas ordenados a partir de otros
desordenados. Y la entropía total del universo aumenta aunque existan regiones
o sistemas en las que disminuye localmente, como es el caso de la vida en la
Tierra, sustentada por la energía del Sol.
El choque aparente entre la biología y la física ha sido
explotado por las religiones para pretender demostrar sus ideas irracionales
con datos científicos. De hecho, la biología es una parte de la física, en
tanto en cuanto ésta estudia toda la materia y aquélla estudia la materia
orgánica.
La evolución termodinámica de la organización vital, en su
sentido de causa y efecto, lleva al surgimiento de la conciencia (“con
conocimiento”). La conciencia es la característica de un ser vivo que le hace
tener conocimiento de su existencia y de la de su entorno, y cuanto más estable
y desarrollada está, más capacidad tiene para diferenciar realidad y ficción.
El hecho de que seamos conscientes y sepamos que todo se
rige por la ley de causa y efecto es complementario a nuestra capacidad de
fabular e imaginar. Los humanos somos especialistas en crear causas
artificiales para explicar efectos naturales. La invención de las religiones
responde a la necesidad de organización social, pero sobre todo es la
consecuencia de la ignorancia. La filosofía busca los modos de explicar
racionalmente las dudas humanas mediante la sabiduría, aumentando el
conocimiento. Por ello, es el origen de la ciencia.
La evolución nos ha llevado a las dos vías de prospección de
la realidad: la ciencia y el arte. La una, el método para explicar el mundo
físico; y el otro, el complemento para acolchar el mundo inexplicado. Llamamos
parapsicología, creencias, literatura y creación a lo que parchea el
desconocimiento. El arte es el lienzo panorámico donde pintamos el azar, ese
contenedor ciego de las causas incógnitas de los efectos palpables.
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