La RAE no legisla

 

La Real Academia Española (RAE) es una institución fundada en 1713 que se dedica a la regularización lingüística de la lengua española. Esto quiere decir que su principal función es la de mantener la unidad del idioma, estableciendo normas de uso de su gramática y ortografía.

Cada vez que la Academia sugiere algo nuevo, muchos hablantes se enzarzan en discusiones acerca de si les parece bien o mal, y suelen olvidar que las normas lingüísticas no son normas jurídicas. Es decir, que no obligan al ciudadano a adoptarlas, por cuanto si las incumplen no son objeto de sanción alguna.

Se puede criticar a la Academia por su sesgo conservador, por su carácter monárquico, por las contradicciones en que incurre cuando normaliza en exceso, por la cautela en recoger modismos, por la invención de vocablos que no utiliza nadie o por la divulgación poco clara de algunas de sus directrices. Lo que no tiene sentido es declararse insumiso ante las normas lingüísticas, porque cada cual puede hablar y escribir como le dé la gana, sin temor a ser multado o encarcelado.

Así, el escritor Juan Ramón Jiménez decidió no utilizar la letra G y sustituirla por la J en las sílabas “ge y “gi”, porque le pareció que así simplificaba el lenguaje, y porque, como dijo, “me divierte ir contra la Academia”. Ello fue una opción personal y un claro acto legal.

Todas las personas que se ofenden cuando la RAE sugiere un uso o un desuso determinado, y que se sienten orgullosas de incumplirlo, viven en un mundo paralelo en el que el poder legislativo recaería en los investigadores del idioma, y quizás la normalización lingüística estuviese a cargo de los parlamentarios.

Es posible que por eso, cuando desde algunos sectores sociales y políticos se proponen novedades filológicas, casi siempre para intentar que el idioma refleje los derechos humanos, esas gentes se ponen muy nerviosas y apelan a su universo invertido para que el ejército imaginario de académicos reprima la revuelta y mantenga intactas las sagradas tradiciones.

En cualquier caso, en el mundo real, el castellano es un idioma que, como todos, evoluciona con el uso y sus dueños son todos sus hablantes. Es decir, que si existen héroes lingüísticos son los que generan belleza y justicia con las palabras, no los que exhiben sus pataletas arrogándose verdades inamovibles que sólo les interesan a ellos mismos.

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