De la elocuencia, la bisoñez y la colaboración público-privada

Vamos perdiendo memoria y capacidad de elocuencia. Las palabras se nos escapan como granos de arena entre las manos, a medida que cumplimos años. Pero la bisoñez, la inexperiencia, se pone de manifiesto en cuanto se nos presenta un nuevo reto vital.

Cuando en 2015 la candidatura municipalista de Zaragoza en Común se presentó a las elecciones municipales para el Ayuntamiento, con la participación de Izquierda Unida y el apoyo externo de Podemos -como otros tantos experimentos en España ese año-, muchos sentimos que esa era nuestra opción política. Tantos fuimos, que consiguieron gobernar durante cuatro años la ciudad. O intentarlo.

Con la bandera de la ética, los nuevos concejales izquierdistas iban lanzando apuestas por una nueva política. Pero tenían enfrente al PP y al PSOE, viejos zorros que, en cuanto veían su oportunidad, enviaban las propuestas avanzadas a los tribunales, con la excusa de que no se cumplían al dedillo las normativas creadas años antes por ellos mismos.

Así, cuando se pretendió extender el servicio público de bicicletas a los barrios, algo no estaba bien en los papeles y fue tumbado por los tribunales. Así, cuando se intentó hacer un "urbanismo de las pequeñas cosas", contratando para los arreglos cotidianos a empresas sociales, los pliegos no cumplían vaya usted a saber qué cláusulas. Así, cuando se decidió cambiar la normativa para poder quitarse de en medio a presuntos corruptos arraigados, los medios de comunicación afines al pasado hicieron sonar sus trompetas hipócritas, acusando de dictatorial al nuevo consistorio.

Pasaron cuatro años, en los que se consiguió frenar un buen número de atrocidades, se aumentó significativamente el gasto social y se pretendió hacer de la ciudad otro mundo posible. Pero los munícipes bisoños no consiguieron trasladar sus logros a la ciudadanía, y mucho menos enfrentarse a los ataques de artillería pesada y falsaria de sus oponentes políticos y mediáticos.

Ganaron los malos, como casi siempre en política. Fueron cuatro años ilusionantes y agobiantes. Incluso desde los grupos que apoyaron la candidatura hubo fuego cruzado. Mientras, desde la cansina socialdemocracia de medias tintas, desde la eterna posición de los cobardes, se repetía y alentaba una y otra vez el mantra de la colaboración público-privada.

Ellos sí son elocuentes, ellos gozan de facundia, de la estéril. Pretenden que la concordia se construye mirando para otro lado cuando las empresas privadas, esos entes sin ninguna preocupación social, aportan su nombre y su dinero para proyectos públicos. Da igual si son sociedades corruptas, da igual que sus hilos los manejen personas sin escrúpulos. La concordia es otra de esas palabras de las que se han apoderado los socialdemócratas, con los liberales, los conservadores y el resto de seres sin ningún atisbo de humanidad.

Cuando las gentes del pueblo y sus legítimos representantes despierten, quizás se vean rodeados de buenos profesionales que sepan fintar los vericuetos leguleyos de los malnacidos, que sepan recuperar el don de palabra y convencimiento, que sepan realizar la política que hace avanzar en el progreso a las sociedades. Mientras, lloraremos los cuatro años de aquella ineficiencia de David contra Goliat, por no haber sabido afilar la honda, o por la imposibilidad absoluta de luchar contra los cimientos de esta sociedad lobotomizada desde la Santa Transición. Amén.

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