Verdades paralelas

Tan acostumbrados estamos a la dualidad verdad/mentira que nos olvidamos de la existencia de las verdades paralelas. El ser humano es esencialmente contradictorio, y eso no significa que en su seno pugne siempre una verdad contra una mentira. Lo que llamamos contradicción, más allá de silogismos racionales, no es más que la convivencia de verdades paralelas.

La acción se puede definir como la elección de la opción. Cuando hacemos cualquier cosa, es porque hemos optado por no hacer otra, que igualmente podríamos haber hecho. Esta irrefutabilidad se puede aplicar a todo lo demás: en el campo ideológico, sentimental o cualquier ámbito que suponga optar.

Pero es que además hay instancias vitales que no requieren elegir un camino. Somos capaces, y lo ponemos en práctica continuamente, de quedarnos con más de una opción y hacerlas coexistir dentro de nosotros. Son las verdades paralelas. En el mundo de las cosas prácticas ­­­­­­–esa irrelevancia para lo vasto de nuestro cerebro­­­–, estas parejas o grupos de propuestas no existen. O hay una mesa o no la hay. Pero en la mente ­­­­–ese lugar gigantesco en el que ocurren casi todas las cosas­­­–, sí caben las verdades paralelas.

Pensemos en los gustos. Podemos decir solemnemente que no nos complace cualquier cosa, creyéndolo a pies juntillas (verdad A) y sin embargo disfrutar de ello (verdad B). La aparente contradicción no es más que una acumulación. La moral (mores, costumbres) intenta ordenar ese pretendido caos obligándonos a elegir. Pero es un trabajo sin sentido. Nuestra complejidad es maravillosamente extensa, y sólo nuestro ser social nos constriñe en lo que llamamos ética (ethos, conductas), que consiste en no dañarnos como grupo.

El resto no es más que acervo. 

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