Líbanos del mal

El Líbano y su capital, Beirut, son sinónimo de lugares devastados para esta generación. Cuando en alguna de nuestras limpias y ordenadas calles hay un período de obras públicas, o contemplamos la desolación de alguna casa abandonada y medio derruida, la tierra y los cascotes nos recuerdan las imágenes en los telediarios de la guerra libanesa, que terminó en 1990.

En la película Círculo de engaños (Volker Schlöndorff, 1981), basada en la exitosa novela La falacia (Nicolas Born, 1979), un personaje conservador comenta que los libaneses se ven a sí mismos como fenicios, pero que en realidad son árabes. El hecho es que son ambas cosas, y muchas más.

Un miembro del clan de dirigentes cristiano, que recibe a los periodistas en el film, afirma que hay dos paraísos: el del cielo y el propio Líbano. Segunda dualidad. Pero desde 1975, el Líbano es también un infierno. El mismo cristiano añade que la guerra civil del país no es religiosa, puesto que los musulmanes son sus hermanos. Sólo quieren librarse “de los palestinos y los comunistas”. También hay que añadir a esta frase más de dos aspectos.

Traficantes de armas, francotiradores, bombas cuando llega la noche. Ayuda internacional para ambos bandos, como en todas las guerras civiles. La olvidada masacre de Karantina, una barriada palestina de Beirut arrasada en 1976 por las falanges cristianas ultraderechistas, que fue seguida por otros episodios de matanzas masivas.

Las bellas muchachas musulmanas, los dulces de miel, los cedros libaneses, Oriente, el sueño oriental. Todo había sido una vieja fantasía occidental que se extinguió con la guerra, que nunca existió. La gran mentira.

¿Qué sabemos sobre el Líbano? Lo siguen nombrando en los telediarios, asociado con Hezbolá (“Partido de Alá”), un grupo paramilitar chiita de resistencia anticolonialista nacido al calor de la invasión israelí de Líbano en 1982, con la masacre de Sabra y Chatila, dos barrios de Beirut de refugiados palestinos de nuevo exterminados. Pero más allá de la imagen de devastación, veamos unos cuantos datos sobre ese pequeño país mediterráneo, de extensión ligeramente menor a la de Asturias.

La cuna de la civilización, el Creciente Fértil, incluía Mesopotamia y su salida al mar al oeste, Canaán, luego Fenicia, hoy el Líbano. El alfabeto fenicio, difundido por la intensa actividad comercial de ese pueblo marinero, es el origen del nuestro. Su primera capital fue Biblos, que dio nombre a los libros y es una de las ciudades habitadas continuamente más antiguas del mundo. La segunda capital fue Tiro, que junto con Sidón representa en la Biblia el mundo pagano, es decir, las creencias diferentes al universo judeocristiano. Desde Tiro partieron las naves que fundaron las colonias fenicias de Cartago, en el actual Túnez, y Gadir, hoy Cádiz.

Baalbek es una ciudad del interior del Líbano preñada de historia. Nació como santuario fenicio al dios Baal; fue la Heliópolis griega y romana; se le declaró Patrimonio de la Humanidad en 1984. Conserva ruinas de templos colosales, los bloques de piedra más grandes de la antigüedad. En noviembre de 2024, la todavía bulliciosa Baalbek fue bombardeada por Israel. Hoy es una ciudad desierta.

En la Edad Media, los cruzados europeos, dispuestos a conquistar y saquear Jerusalén, pasaron por el Líbano dejando su rastro de castillos y cadáveres. Tras formar parte del Imperio Otomano, fue colonia francesa junto a Siria entre 1923 y 1946, cuando se independizó. Desde entonces y hasta 1975 fue el centro financiero de Oriente Medio y un paraíso fiscal.

Un tercio de los habitantes del Líbano son cristianos, entre ortodoxos y católicos maronitas. El resto, musulmanes, tanto chiitas como sunitas. En 1990 el país se reconstruyó, después de quince años de guerra civil entre cristianos nacionalistas conservadores que apelan al pasado fenicio y musulmanes panarabistas progresistas. Pero en 2006 se retomó la contienda de Hezbolá con Israel, y continúa desde entonces. Beirut, sin embargo, es aún una gran ciudad moderna.

Amin Maalouf es un escritor libanés, autor de célebres ensayos y novelas históricas. Se exilió en Francia a raíz de la guerra de los quince años. Ya no ve el paisaje verde y azul de su tierra natal. Por pequeño que sea, el Líbano alberga una cordillera homónima, que lo atraviesa de noreste a sudeste haciendo frente a la costa.

Lo cual lleva a la etimología: la raíz semítica del fenicio nos dice que el apelativo del país es el de su cordillera, cuyo nombre proviene de “blanco”, el tono que presentan esas montañas en invierno. El territorio blanco, que una vez fue lugar de convivencia entre cristianos y musulmanes bajo el color de la bandera de la paz, es actualmente un lugar en crisis.

En la antigua Fenicia se habla hoy árabe y francés. Y el árabe es el idioma utilizado en la segunda gran película sobre el Líbano: Cafarnaúm (Nadine Labaki, 2018), que cuenta las peripecias de un niño en los suburbios de Beirut. Muestra con gran realismo la supervivencia en la pobreza. Obtuvo el premio del jurado en Cannes y el del público en San Sebastián.

Devastación, guerras, comercio, religión, resistencia. En enero de 2025, tras más de dos años sin presidente de la república del Líbano, el general cristiano Joseph Aoun ha sido designado por el parlamento y ha propuesto como primer ministro al sunita Nawaf Salam. Son los días en los que se asegura que comienza un alto el fuego en Gaza. El futuro del país es incierto, pero es difícil que vaya a peor.

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