Las expectativas del pequeño burgués en el amor
Ante todo, para legos, definir “pequeño burgués”. Para Marx
es el que está entre la alta burguesía y el proletariado. Para los autores del
siglo XX, un ciudadano acomodado, muchas veces con ínfulas del ricachón que no
es; otras, con ideas progresistas que no pone en práctica. En cualquier caso,
alguien que tiene cubiertas las necesidades básicas y parece necesitar sufrir
con problemas que un proletario no tendría, porque no existen fuera de la mente
del pequeño burgués.
Ahora sí podemos ya hablar de las expectativas. Un buen
ejemplo para dejar claro a qué nos referimos es el visionado de una película.
Cuando la información previa es que es buena, ponemos el listón muy alto y nos
decepciona. Del mismo modo, si se supone que lo que vas a ver es malo, tendemos
a valorar los aspectos positivos y muchas veces no sólo no nos decepciona, sino
que la redimimos como buena. Todo depende de lo que esperamos obtener.
Y ya pasamos al tema que nos ocupa, las relaciones de
pareja. Por definición, el enamoramiento es enceguecedor, y aún más:
sublimador. El ser amado se ve, ya no como bueno, sino como perfecto. Durante
un tiempo, las expectativas amorosas se cumplen, debido al efecto rotundo de
las hormonas. Luego empezamos a ver los defectos reales de nuestro enamorado, y
al final, si no ponemos freno, acabamos absolutamente decepcionados.
Poner freno a las expectativas. Esa es la clave. A medida
que el efecto de las drogas hormonales se va pasando y el velo de nuestros ojos
se abre, intentamos sustituir la ficción con hechos reales, y aumentamos el
grado de exigencia. Esto produce un efecto negativo en el pequeño burgués y su
pareja pequeño burguesa: las expectativas falsas, creadas para sustituir a las
experiencias irreales, resultan siempre no correspondidas. Y no es porque no se
quiera complacer, sino porque no se es como el otro quisiera.
Reducir el grado de exigencia. Eso es lo que se debe
intentar si se quiere salvar la pareja. La película no era tan mala, pero sobre
todo no era tan buena, queridos pequeño burgueses. La película es la que os
montéis juntos. Sin tópicos bienintencionados y trillados. El primero, el
respeto, ese concepto caduco que se desnuda fácilmente y queda en lo que es:
aguantarse, reprimirse, agobiarse, ahogarse y amargarse para que el otro no lo
haga, consiguiendo el efecto contrario. El segundo, la empatía, esa superchería
de nueva ola que propone ponerse en el lugar del otro, cuando la máxima es
conocerse a uno mismo y ofrecer lo mejor, poniéndose cada uno en su lugar.
El amor es la suma de dos para convertirse en uno. El
resultado no es una resta. Afirmar lo contrario es volver al pasado, aceptar la
matraca del sacrificio, la renuncia, los grilletes y la escoria mental. Si
nuestros defectos son malos para nosotros mismos, lo son para nuestra pareja
también. Y lo mismo con las virtudes. Ahora bien, si no hay acuerdo entre lo
que son defectos y virtudes, nada de lo dicho sirve: ofreceremos lo mejor de
nosotros recibiendo rechazo, y recibiremos lo mejor del otro sin valorarlo.
Entonces es imposible montarse película alguna.
Mientras tanto, en una galaxia muy lejana, los esclavos del
capitalismo buscan el modo de tener comida en la mesa todos los días, y si les
da tiempo de enamorarse, no necesitan leer este texto elitista, porque
aprovechan cada segundo libre de sus vidas miserables y, en muchos casos,
valoran la maravilla mejor que todos los pensadores pequeño burgueses del
mundo.
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