Proceso a la ciudad. Reivindicación de una gran película olvidada

La mañana del 6 de junio de 1906, en la playa de Cupa Calastro, cerca de Torre del Greco, en la ciudad metropolitana de Nápoles, fue encontrado el cuerpo asesinado de Gennaro Cuocolo, miembro de la Camorra. Unas horas más tarde, el cadáver de su esposa María Cutinelli apareció en una habitación del número 95 de Via Nardones, en los Quartieri Spagnoli de Nápoles. El doble asesinato se convertiría en uno de los casos judiciales más complicados de principios del siglo XX en Italia, y fue llamado el “proceso Cuocolo”, primero en el que se acusó a numerosos miembros de la Camorra.

Inspirándose en estos hechos, el realizador italiano Luigi Zampa dirigió en 1952 su mejor película, la extraordinaria Proceso a la ciudad (Processo alla città). El guionista y luego comprometido director de cine Francesco Rosi ideó su argumento, que fue llevado a guion por otros cinco escritores.

Este filme anticipa el cine político italiano, que dará grandes películas dirigidas por el propio Francesco Rosi, que se convirtió en el máximo exponente del género, continuado por Pasolini, Bertolucci, Pontecorvo, los Taviani, Bellocchio y otros. No en vano, Rosi dirigió once años después Las manos sobre la ciudad (Le mani sulla città, 1963), una demoledora denuncia de la especulación inmobiliaria en connivencia con los poderes públicos.

Pero además, Proceso a la ciudad perfecciona la tradición del neorrealismo como crítica social, encabezada por Rossellini, De Sica y Visconti. Por supuesto, señala la corrupción en todos sus niveles. Y por añadidura, no olvida mostrar la vida popular, chispeante y llena de humor, en este caso de Nápoles, con sus laberínticas callejas llenas de personajes humanísimos.

La escena inicial anuncia que estamos ante una obra de arte. Unos niños encuentran en la playa el cadáver de Cuocolo (en la película, Ruotolo) y a partir de ahí se desarrolla la trama, que narra todas las peripecias que debe seguir el honrado juez protagonista para tirar del hilo de los indicios. Pese a estar ambientada en una sociedad medio siglo anterior, refleja su propio tiempo y también el nuestro, resultando una producción atemporal.

Ciertas escenas corales nos llevan directamente a memorables momentos del posterior cine de Berlanga, que con su guionista de cabecera Azcona reprodujo el mismo espíritu satírico trufado de poesía. Pero es que, amén de las características referidas (neorrealismo, denuncia, humor, costumbrismo) también se trata de una narración detectivesca, con todas las peculiaridades del mejor cine policíaco (crimen, investigación, sospechosos, suspense). Para acabar de redondear el círculo, seguimos con interés la trágica historia de una humilde pareja de enamorados. Es la película total.

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