Bolonia, abril de 2023

 

He visto la iglesia de Garrapinillos cuando el avión ha despegado. Fue el proyecto fin de carrera del arquitecto zaragozano Ricardo Magdalena. En un ratillo estaré en Bolonia, donde me espera mi hija, que está terminando allí su grado de Ingeniería. Es viernes 14 de abril, día de la República.

Ya diviso los Apeninos, nevados. Todo funciona bien y me encuentro con Eva en la estación central. El aeropuerto y el trenecillo que me lleva se llaman Marconi, como el boloñés inventor de la radio, digno sucesor de otro paisano, Galvani, que dos siglos antes ya enredaba con la electricidad y las ranas.

Por un azar del destino, saludo a los dos novios anteriores de mi hija, que están en la ciudad. El hostelero que me aloja tiene una oficina sacada de un cuento de Dickens, pero le he caído bien y me da una habitación con baño, sin recargo, en su establecimiento de la calle Riva di Reno. El canal del Reno, como otros muchos, fue soterrado hace cien años y mi puerta ya no da a sus orillas.

Las calles son una madeja de porches y belleza decadente, o casi. La noche es fría, pero las cervezas en compañía de Eva la hacen más cálida. Visitamos la plaza Mayor antes de dormir. Sus grandes edificaciones, junto con las de la plaza de Neptuno y su fuente, forman un bonito entorno monumental.

Además de Marconi y Galvani, en Bolonia nacieron el cineasta Pasolini y los cantantes Lucio Dalla y Raffaella Carrà. Desayuno un capuccino y paseamos por esta preciosa ciudad, históricamente bohemia y progresista, visitando sus increíbles monumentos y rincones. Por supuesto, al mediodía comemos pasta. Tras caminar 18 kilómetros, me retiro al hostal. Para qué detallar las maravillas del casco histórico, con sus altas torres medievales y sus interminables calles porticadas...

Ya es domingo 16 y no dejo de sorprenderme a cada paso, con cada visita, con esta abrumadora arquitectura. Además, nos montamos en un bus turístico que nos muestra todavía más, y luego en el tren de juguete que lleva a la colina del santuario de San Lucas, unido a la ciudad por un curiosísimo corredor porticado que parte de la calle Zaragoza.

Se trataba de no detallar, pero hay que nombrar las conservadas puertas medievales del antiguo recinto amurallado, y sobre todo no olvidar que aquí todo está bien. “Io sono un extraterrestre e voglio l'acqua”. El idioma italiano es sencillo. Mickey es Topolino y alcachofa es carciofo.

Lunes 18 y doy vueltas y vueltas y vueltas hasta caer muerto en una pizzería donde me cita mi hija a comer. Muy rica la pizza. Tomamos un café, descansamos en su casa y me acompaña al bus que me lleva a Bérgamo. Me ha pasado un libro de Hemingway, que me entretiene en el largo trecho.

Ya llevo un par de días en mi ciudad, Zaragoza. Tengo un feliz encuentro con Alfonso, mi amigo pintor, que me informa de que Bolonia no sólo es un símbolo de la izquierda, sino también una realidad social. Las políticas avanzadas han hecho de Bolonia un entorno vital atractivo para sus visitantes, pero sobre todo para sus habitantes. Final feliz.

Comentarios

  1. ¡qué maravilla de viaje y de ciudad! gracias por el informe; en su universidad enseñó el genial historiador izquierdista, considerado fundador de la microhistoria y autor de varios libros imprescindibles, como "El queso y los gusanos" o "Historia nocturna" (sobre el sabbat de las brujas) Carlo Ginzburg. Y hasta allí acudió desde Kentucky a estudiar con él mi amigo Jim Amelang...

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