San Sebastián 2022


Antes de nacer ya respiré el aroma de Donostia, buceando plácido en líquido amniótico. Con la misma calma recorro sus rincones, más de medio siglo después. Aquí siguen las olas blancas y azules del mar, los cisnes de la plaza de Guipúzcoa, las nubes, el verde de los montes, las viejas calles con casas de amarillenta piedra arenisca. 

Mis pasos siguen los trayectos aprendidos, del puerto al río Urumea por el rompeolas, o de la Concha al barrio de Amara, donde tantos años me alojé. Abrazo con la vista los centenares de imágenes de belleza infinita que me ofrece esta ciudad cincelada al fuego en mi memoria sentimental. Y su estética urbana, fundida con la calurosa acogida de sus gentes, vuelve a asaetearme como las flechas en el costado del santo que le da su nombre en castellano. 

Flotan en el acuario las medusas, vuelan en los parques las hojas del otoño y las mareas entregan su rumor ancestral, esa nana que me sigue meciendo y me sigue curando con su luz irrepetible.

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