Natural y artificial


Qué empeño fatuo y dañino en distinguir moralmente lo natural de lo artificial. Un momento de asueto dedicado a la conversación se corrompe dedicando a defender lo primero de lo segundo, lo (supuestamente) auténtico de lo falso. Realmente, a seguir apuntalando la ranciedad de lo sagrado contra lo profano. Hay mil ejemplos de esta recurrencia prototípica, defendida a capa y espada por los que opinan sin apelar a su sesera. 

Si hablamos de las lenguas, siempre hay quien defiende una diferenciación entre los idiomas reales y falsos, los que deben existir y los que no. Se basan en el fenómeno de la normalización. El catalán es una lengua romance (evolución del latín) hablada por 10 millones de personas y normalizada en 1918 por Pompeu Fabra. El euskera es una lengua de origen desconocido hablada por 750.000 personas y normalizada en 1968 por Koldo Mitxelena. El aragonés es una lengua romance hablada por 12.000 personas y normalizada en 1977 por Rafael Andolz y Francho Nagore. Son ejemplos de idiomas normalizados, es decir todos. El castellano, lengua romance hablada por 580 milllones de personas, se normalizó por primera vez en el siglo XIII.

Ahí está el quid de la cuestión, Los defensores de unas lenguas contra otras se basan en la antigüedad de su normalización (y en la cantidad de hablantes), como si eso fuese marchamo de autenticidad. ¿Y si alguien se inventa un idioma mañana y empiezan a hablarlo sus amigos, y luego sus vecinos? No, eso no. No es ancestral. Lo verdadero es lo antiguo y lo inventado es lo nuevo.

Olvidan siempre que la palabra "artificial" tiene una etimología muy clara: arte-facto: arte hecho. Es decir, creación humana. Y tan creación humana es lo antiquísimo como lo reciente. Confunden una y otra vez lo natural con lo viejo. Otro ejemplo: el entorno acuático del monasterio de Piedra, creado por Juan Federico Muntadas en 1844. Han pasado ya casi dos siglos, así que eso es natural, naturalmente. Otro más: las comunidades humanas. Si una región geográfica es más vetusta, tiene más derechos que otra de creación más reciente. ¿Por qué? ¿Qué clase de racismo subnormal es ese?

Eugène Viollet-le-Duc recreó Carcassonne en el siglo XIX, y hoy es visitada como ciudadela medieval. Eso, con información, no es bueno ni malo. Si nos gusta la pasta italiana no nos paramos a pensar que es una estilización de una masa obtenida de harina de trigo, es decir, un producto artificial. Si nos sentamos en un artificial banco de madera de diseño cómodo, lo preferimos a una natural rama de árbol nudosa. 

La naturaleza es ese conjunto de cosas que existen sin intervención humana, como los tornados o los terremotos. Lo artificial es lo que mejora o controla a lo natural, como la amoxicilina, que todos tomamos contra las bacterias dañinas. O el ascensor, el aire acondicionado, la electricidad doméstica, los tranvías, las tazas de café, los periódicos, los zapatos y los hospitales. Todo artificial. La sabia Madre Naturaleza es una farsa como los duendes y los extraterrestres.

Lo natural es la muerte prematura, el veneno del escorpión, la helada que mató a tu abuela. Lo artificial es la fecunda creación de El Bosco pintando, Cervantes escribiendo, Marilyn Monroe moviéndose o los Beatles musicando. Y los conservantes alimenticios que evitan que te mueras por disentería. Todo falso, inventado, creado por el ser humano y no por Dios, que por otro lado no existe.

Hay cosas naturales que están muy bien: el sol, los ríos, las mariposas. Otras, reconozcámoslo de una puñetera vez, no nos convienen. Lo mismo pasa también con algunas cosas artificiales. Pero su carácter beneficioso o dañino, correcto o incorrecto, no lo da su origen natural o artificial. La religión de la defensa a ultranza de lo natural, de lo ancestral y de lo creado por seres inventados es retrógrada, antihumanista y germen de lo peor de nuestras sociedades. Huyamos siempre que podamos de iglesias, herboristerías, partidos políticos conservadores, gurús paracientíficos y sectas destructivas.


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