La historia de una ciudad de cine
Salduie, Caesaraugusta, Cesaracosta, Saraqusta, Saracosta, Saragoça,
Çaragoça, Zaragoza.
La historia de una ciudad de cine.
Antonio Tausiet, escritor y cineasta
Zaragoza acoge por segundo año la
celebración del festival de cine histórico, confirmando su consolidación. No en
vano, este privilegiado enclave del valle del Ebro ya estaba poblado en la Edad
del Bronce, hace 28 siglos. Su primer asentamiento urbano fue ibérico y se
llamó Salduie, hace 24 siglos. La Roma de César Augusto la refundó, en el año 14
antes de la Era, dándole el nombre del emperador: Colonia Caesaraugusta; su
perímetro era el actual del Casco Histórico y sus nuevos ocupantes, legionarios
jubilados procedentes de las guerras cántabras. Desde esa civilizada
refundación hasta hoy han pasado ya nada menos que 2.036 años.
La historia es la narración de
los sucesos del pasado, y el cine es el arte, mediante imágenes en movimiento,
de narrar esos sucesos. Nuestra antigua ciudad es uno de los escenarios más
adecuados para desarrollar una actividad que muestra las producciones
internacionales más destacadas dedicadas a narrar el pasado.
Más allá de las históricas
relaciones de Zaragoza con el cine, que han dejado profesionales y películas
muy relevantes, la peripecia vital de sus calles, plazas y espacios naturales
en dos milenios ha dado material para toda una saga cinematográfica, o al menos
para una serie televisiva que abarcaría innumerables eventos apasionantes, en
su condición de territorio sucesivamente ibérico, romano, godo, sefardí, arábigo,
cristiano del medievo, foral renacentista, luego clerical y liberal, o el
actual autonómico y quizás algo durmiente de los últimos 45 años.
Un rico plató
Por un lado, Zaragoza ofrece su
condición de lugar en el que se conservan monumentales vestigios de su muralla,
teatro, puerto fluvial, foro, termas y mosaicos de la época romana, y de la
muralla y puente de Piedra medievales. Además, dos de los sarcófagos
paleocristianos más antiguos de la península pueden admirarse en la cripta de
la iglesia de Santa Engracia.
Del siglo XI tenemos un imponente
palacio musulmán, la Aljafería, modificado como ciudadela militar renacentista,
respetando sus fuentes y sus arcos de herradura; actualmente es la sede de las
Cortes de Aragón. Zaragoza es también el espacio en el que se alzó en su tiempo
la mezquita más al norte de todo Occidente, hoy reconvertida en la Seo o
catedral de San Salvador. Y la guardiana, en el Coso Bajo, de unos baños judíos
en perfecto estado (siempre cerrados con distintas excusas), muy cerca de la
antigua sinagoga mayor.
En su lugar se levanta ahora el
seminario de San Carlos, el interior dorado de cuya iglesia barroca deja
pasmado a cualquiera. En el tramo alto del mismo Coso, la iglesia de la
Mantería está completamente cubierta por dentro por espectaculares frescos,
también barrocos, del maestro Claudio Coello: se le llama la Capilla Sixtina de
Zaragoza. No hay dos sin tres: la fachada churrigueresca de la iglesia de Santa
Isabel, construida en alabastro, es otro prodigio decorativo del barroco.
Mudéjares son las esbeltas y
decoradas torres de San Pablo o la Magdalena. Del Renacimiento nos queda la
Lonja, de riquísimas techumbres, y un puñado de finos palacios restaurados, con
sus luminosos patios y sus ricos aleros en madera. Esto no es más que un rápido
repaso de las mil maravillas de nuestra ciudad anfitriona, entornos muchas
veces desconocidos para las gentes de fuera.
Sucesos sin fin
Todos esos apreciables marcos han
vivido eventos de muy variada naturaleza, que conforman la historia de la
capital de Aragón. Las persecuciones de cristianos el siglo III han quedado
como relatos legendarios; y el primer sitio o asedio documentado se produjo en
el 541, cuando el ejército franco intentó tomar Cesaracosta sin conseguirlo. En
la Taifa de Saraqosta floreció la cultura, con el filósofo, científico y
político Avempace como figura principal, que tuvo que exiliarse ante la llegada
en 1118 de Alfonso I y sus huestes, que repoblaron la ciudad con occitanos y
navarros.
En la Seo se muestra la tumba del
primer inquisidor asesinado, Pedro Arbués, acuchillado en 1485 por ocho
judeoconversos, que fueron luego torturados y ejecutados. Ya en 1591, Felipe II
envió un ejército para aplacar las Alteraciones de Zaragoza, y el Justicia de
Aragón fue decapitado en la plaza del Mercado. Como en la famosa peste negra
medieval, un nuevo episodio de esta epidemia volvió a diezmar la población en
1652. En el marco de la Guerra de Sucesión, en 1710 se produjo la Batalla de
Zaragoza en el monte de Torrero, que enfrentó a las tropas borbónicas de Felipe
V con las austracistas del Archiduque Carlos, venciendo estas últimas y dejando
un reguero de miles de muertos.
Alzando la vista en el interior
del templo del Pilar podemos contemplar el genial fresco Regina Martyrum, del
zaragozano Francisco de Goya, que le valió grandes disgustos por la
incomprensión del clero local, y le hizo marcharse muy resentido a Madrid en
1781. En 1790 se realizó una magna obra: el Canal Imperial de Aragón, símbolo
de la Ilustración, que trajo ciertos aires de modernidad a la vieja ciudad,
impulsando posteriores fábricas y transformaciones sociales, urbanas y
económicas.
La Zaragoza contemporánea se
construyó sobre los restos de los Sitios de 1808 y 1809, que supusieron un
nuevo hito legendario, debido a la resistencia al invasor francés, que acabó
gobernando la ciudad hasta 1813. Tras un período de proclamas liberales,
Zaragoza fue visitada de nuevo por el ejército francés, diez años después:
algunos de los Cien Mil Hijos de San Luis vinieron a dejar claro en 1823 que el
absolutismo de Fernando VII era el apoyado por Europa.
Las guerras siguieron pasando por
Zaragoza: las tropas carlistas intentaron tomarla en varias ocasiones, como el
5 de marzo (Cincomarzada) de 1838, cuando los vecinos liberales rechazaron el
ataque. La segunda mitad del siglo XIX presenta una ciudad polvorienta, de
calles mal pavimentadas, que contrastan con un cierto florecimiento de la
burguesía y de las comunicaciones, con la llegada del ferrocarril en 1861.
El siglo XX dio un nuevo impulso
a la urbe, que celebró la Exposición Hispano-Francesa en 1908 y se vio agitada
por numerosas huelgas en sus dos primeras décadas. Se produjeron muchas muertes
violentas, tanto de obreros como de sus oponentes, con el asesinato del
ultraconservador cardenal Soldevila en 1923 como suceso más destacado. Si bien
la Guerra Civil de 1936-39 no tuvo batallas en una ciudad que se rindió a los
golpistas desde el primer momento, la burguesía y el ejército aplicaron una
virulenta represión interna sobre las capas proletarias.
Tras cuatro décadas de censura y
coerción, especialmente elevadas en una ciudad que fue elegida por el
franquismo para representar sus valores contrarios a la libertad, la ciudadanía
volvió poco a poco a tomar las calles, y algunos símbolos zaragozanos y
aragoneses fueron abanderados por una juventud que anhelaba cambios sociales.
Las protestas ante los desmanes urbanísticos y retrógrados de cierta nueva
clase política se veían amenizadas por los cantautores, y el final de siglo
conoció en la ciudad un auge de las artes, incluido el audiovisual, que generó
centenares de valiosas aportaciones, sobre todo en el campo amateur.
Fue el terreno abonado para que,
ya en los noventa, surgiesen iniciativas herederas de los cineclubes, como los
festivales y las asociaciones. El siglo XXI proporcionó otro nuevo hito en el
imaginario zaragozano, con la celebración de una muestra cien años después, la
Expo 2008, cuyo plan de acompañamiento volvió a modernizar la estructura
urbana.
Quedan ciertos hechos, que no
recogen los libros de historia, pero que sí nos interesan para cerrar este
breve relato de una ciudad como marco espaciotemporal. La Academia del Cine
Aragonés (ACA) nació en 1999 para impulsar el audiovisual regional desde
Zaragoza, con resultados apreciables: en poco tiempo se consiguió que TVE
emitiese un programa de cortometrajes, y se crearon las ayudas del Gobierno de
Aragón a la producción audiovisual. Ya en 2012, la ACA comenzó a organizar los
Premios Simón del Cine Aragonés. Y un loable ejemplo predecesor del Saraqusta,
como festival temático municipal, fue Cinefrancia, certamen que tuvo seis
ediciones, entre junio de 2001 y noviembre de 2006, programando cine de calidad
del país vecino.
El Saraqusta Film Festival,
festival internacional de Zaragoza de cine y series de historia, es la
demostración de que se puede conseguir lo deseable, aunando continente y
contenido. Un proyecto con entidad y significado, que pone en valor lo que
muestra en cada edición, pero además afianza el espíritu de la ciudad que lo
acoge: esta Zaragoza ancestral, cultural y audiovisual.
(Texto publicado en el catálogo del Saraqusta Film Festival. Festival internacional de Zaragoza de cine y series de historia. II edición, del 24 al 30 de abril de 2022).
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