El cerebro de los cerdos



Nenad Sestan y sus colegas neurocientíficos de la Universidad de Yale (Estados Unidos) anunciaron en abril de 2018 que habían mantenido vivo el cerebro de cabezas cortadas de más de cien cerdos durante 36 horas. Usaron sangre artificial, calentadores y bombas. Sin embargo, no supieron si había  funcionalidad ni consciencia. Un riñón o un corazón útiles siguen vivos en un cuerpo nuevo, pero un cerebro no se sabe si conserva la consciencia.

Los organoides son modelos de órganos creados a partir de células madre, que se usan para testar fármacos. No se cree que los organoides cerebrales tengan consciencia ni sientan dolor, pero sí son sensibles a la luz. Sestan se pregunta que si se llegase a crear tejido cerebral en laboratorio con experiencias conscientes, ese tejido tendría protección legal.

Las llamadas quimeras son animales a los que se les inyectan células humanas, para experimentar con tejidos vivos y lograr que se reproduzcan en animales órganos humanos listos para trasplantar. Según el neuroético Luis Echarte, se han dado ya casos de hallar consciencia al implantar células neuronales u organoides cerebrales humanos completos en cerebros de animales.

En enero de 2017, un grupo de investigadores del Instituto Salk (Estados Unidos) anunció que había implantado células humanas en embriones de cerdos, dejando embarazadas a 18 cerdas, con resultados poco satisfactorios. Uno de esos investigadores es el farmacéutico Juan Carlos Izpisúa, que se plantea la “pesadilla ética” de que “un cerdo fuera capaz de llevar a cabo razonamientos de alto nivel”, en el caso de que las células humanas colonizasen el cerebro del cerdo.

Si el transhumanismo nos habla de la evolución humana a través de la tecnología, el apasionante mundo del cerebro de los cerdos nos vuelve a hacer pensar sobre la naturaleza del pensamiento y la posibilidad próxima de extraer la información de la mente para trasplantarla, como se trasplanta una válvula porcina a un corazón humano.

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