No son extranjeros, son pobres

Una de las cosas más absurdas del universo es considerar peores a los extranjeros que a los locales. Si fuese una verdad empírica todos seríamos peores que los demás, puesto que la ubicación geográfica hace que cada cual sea local y el resto de habitantes del planeta sea extranjero.

Hayamos nacido donde hayamos nacido, estamos rodeados de biennacidos y de malnacidos, en nuestro propio ámbito. Eso mismo sucede en los demás ámbitos. Lo que no tiene ningún sentido es considerar a los nacidos en otro lugar, de modo general, como peores. Esta es la base de los nacionalismos, que por definición son irracionales.

Cuando los nacionalistas hablan de invasión de personas que suponen un peligro para las esencias patrias, están abanderando la irracionalidad del extranjero malo. Una idea que no tiene ningún sentido, porque como queda dicho, todos somos extranjeros, según las coordenadas geográficas desde donde se mire.

Si, como es de cajón, el hecho de ser extranjero no es ni bueno ni malo, porque sólo depende del lugar donde estás y no de factores éticos, toda la palabrería y todas las acciones políticas tendentes a demonizar al extranjero se basan en otros parámetros. Y el principal es el poder adquisitivo.

Cuando viaja un individuo de lejanas tierras a otro país, lo que hace saltar las alarmas de los primates recalcitrantes no es su diferente color de piel o su cultura divergente. Lo que no gusta a los oriundos es que ese individuo sea pobre. Cuando se trata de un rico, nadie se alarma. Todo lo cual nos lleva a concluir que el rechazo de los derechistas a la inmigración es consustancial a su ideología: lo que no desean es la presencia de pobres.

Si se habla de urbanismo, los discursos racistas ponen sobre la mesa la presencia de personas de otras latitudes, que según ellos empeoran las zonas degradadas de las ciudades. Si se trata de costumbres asociadas a las religiones que no son la predominante en el lugar de acogida, no se arguye contra los ricos de esas religiones; sólo contra los pobres.

Los argumentos falsos que agitan los xenófobos se basan en pretendidas diferencias culturales y religiosas que tienen que ver con la libertad de expresión o la igualdad de género. Conceptos estos que ellos mismos rechazan por su ideología ultramontana, y sólo sacan a relucir hipócritamente cuando se trata de aplicarlos a los foráneos.

El patriotismo es la excusa de los humanos despreciables para ocultar su inutilidad como miembros de la especie. El rechazo a los extranjeros es la máxima expresión de la vileza, de la cortedad de miras, del egoísmo que nace de los instintos primarios. La xenofobia u odio al extranjero es una forma de enmascarar la aporofobia u odio al pobre.

Las políticas progresistas deben centrarse en la inclusión económica y desterrar cualquier tipo de debate acerca de la identidad nacional. Lo cual no entra en contradicción con el reconocimiento de diferencias entre pueblos, muchas veces sojuzgados por otros más poderosos o de ámbito más extenso. Unas diferencias que nunca deberían tener en cuenta factores económicos para ser reconocidas. Lo contrario no es más que palabrería identitaria proclive a la injusticia social global.

Las corrientes del odio al extranjero utilizan el miedo a la pérdida de la identidad cultural, llegando a proclamar supuestas invasiones. Todo lo contrario a una mirada humanista integradora, multiétnica, multicultural e internacionalista basada en la igualdad y el reparto de riqueza, potenciando los servicios públicos para todos.

Ningún grupo humano es igual a otro, porque atesora costumbres y cultura claramente diferentes. Lo que no es de recibo es considerar mejor o peor a unos u otros, puesto que todos formamos parte de la misma especie. Y el colmo de la imbecilidad y de la maldad es creer que los otros son inferiores. Aunque queda claro que, cuando se profundiza, la supuesta inferioridad es siempre de volumen económico.

La discriminación se basa en la pobreza, no en la procedencia geográfica; el camino tradicional correcto, plenamente vigente, es aplicar medidas sociales que tiendan a erradicar las desigualdades económicas. Cuanto más profundas son esas medidas, más tienden a eliminar los prejuicios y las discriminaciones culturales y sociales, hijas bastardas y disfraces epidérmicos del rechazo al diferente.

No existe una solución perfecta para ningún problema, pero sí hay políticas más favorables a la disminución de los instintos primarios, la ignorancia y la necesidad de proyectar frustraciones propias en colectivos ajenos. La educación en valores humanitarios, las acciones públicas tendentes al bien común y la distribución equitativa de los recursos materiales e inmateriales es el camino para erradicar la xenofobia, esa lacra antihumanista que cubre una realidad más amplia, el odio a quienes no tienen nada. No son extranjeros, son pobres. 

Artículo publicado en la revista Cabeza Woke, izquierdismo recalcitrante:
https://cabezawoke.wordpress.com/2025/06/28/no-son-extranjeros-son-pobres/

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