Eran las ocho de la tarde
El coro grabado de voces blancas del fascismo anuncia que
son las ocho de la tarde en Zaragoza. La ultraderecha avanza en Europa a ritmo
galopante, pero en esta ciudad está encastrada desde 1936, y no hay espátula
que la rasque.
Una lluvia fina cae sobre los adoquines de piedra de
Calatorao que aún quedan en el casco antiguo, ennegreciéndolos como las almas
pecadoras de todos los que apoyan a los torturadores, desde sus tribunas de
poder blanqueado como las voces blancas de los niños de la grabación.
Es la misma agua que bautizó en el Pilar a los cachorros de
quienes han eliminado durante el último siglo cualquier atisbo de esperanza,
cuya labor terrorífica continúa siendo el legado de sus familias, empresas y
partidos políticos.
El coro grabado de voces blancas del fascismo se sigue
reproduciendo tres veces al día, todos los días del año, para recordarnos que
los zaragozanos vivimos en una mazmorra corrupta, pétrea, plagada de gusanos
castrenses, castradores y encastrados desde 1936.
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