La mamarrachada de la polarización
Año 2021. Todos los analistas políticos parecen coincidir en
que la sociedad española está polarizada, y critican la situación afirmando que
es hora de volver a los consensos. Durante los años 90, en la época del cambio
de turno del PSOE al PP en el Gobierno, la mayor parte de las leyes aprobadas
en el Congreso que revestían importancia fueron consensuadas entre esos dos
supuestos partidos antagónicos. De este modo, y con las consiguientes presiones
de la Unión Europea, se iban revirtiendo avances sociales ante la respuesta
crítica de las minorías de izquierdas, que no lograron la suficiente
contundencia en las calles para evitar ese retroceso.
La glorificación de la paz social, ahora magnificada porque,
según parece, todos juntos deberíamos empujar hacia delante para salir de la
crisis pandémica, va acompañada de continuas llamadas a la moderación. Pero ya
sabemos qué quiere decir eso: la batería de armamento ideológico de la derecha,
presionando para que cualquier mínimo intento de hacer política para los
desfavorecidos sea considerado un escándalo. Una vez más, la batalla de las
ideas la gana el sector tradicional. Se anuncia que quienes más tienen deben
aportar más al erario público, y se vende como subida de impuestos a las capas
bajas. Se intenta relajar el conflicto con las nacionalidades periféricas, y se
sacan las banderas españolas, desempolvando reliquias rancias como la traición,
el honor y la sedición.
Polarización, dicen. La trampa consiste en equiparar a
quienes defienden los derechos humanos con los nuevos adalides del fascismo.
Ese actual deseo de un mundo feliz bajo el cielo del centrismo es la coartada
de quienes, por miedo, ignorancia o maldad prefieren volver a los 25 años de Paz,
manteniendo intactos los privilegios de los poderosos, destruidos los avances
sociales, desmantelados los servicios públicos, recuperadas las morales represivas
y lobotomizadas las masas en sus sofás televisivos. Ahora resulta que la
ultraderecha y el ideal de progreso son dos polos iguales, a los que combatir
equitativamente, para que no se solivianten los primeros: esos guardianes de
las esencias putrefactas, que parece que irremediablemente vencen una y otra
vez.
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