Entrevista a Francisco de Goya

A mí lo que me gustaba era dibujar sueños

Por Antonio Tausiet

-Tenemos hoy con nosotros a uno de los genios de la pintura universal, don Francisco de Goya y Lucientes, que nació en 1746 en un pueblecito de la provincia de Zaragoza y acabó muriendo a los 82 años en Burdeos.

-Hable alto, que no oigo bien ni siquiera con estos tutilimundis que me han puesto…

-Decía que nació usted en Fuendetodos.

-Sí, pero porque estaban arreglando la casa de Zaragoza y mis padres se tuvieron que marchar a casa de mi tío Miguel. Cuando hacen una reforma integral, lo mejor es no estar.

-Usted viajó mucho: a los 17 ya estuvo en Madrid, y a los 24 se fue a estudiar pintura a Italia. Luego se casó en Madrid y se quedó allí hasta que se fue a Burdeos a los 78 años.

-Ya ve, no fueron tantos viajes. Una especie de Erasmus en Italia y al final, a morir a Francia, no fuera que los absolutistas la tomaran conmigo…

-Hay quien dice que usted ya había estado en Francia antes de eso.

-Pues la verdad es que no lo recuerdo bien, puede ser. Cuando fui a Italia me establecí en Roma, pero antes pasé por otras ciudades del norte del país. Así que claro, pasé por Francia ya de joven. ¿Y eso qué tiene que ver?

-Es que queríamos hablar con usted de sus trabajos para el templo del Pilar, y se nos ha ocurrido un tema.

-Ah, pues me alegro, porque todo el mundo me pregunta en las entrevistas por las pinturas negras, y estoy ya un poco harto. Que si el perro mira a un pajarico, que no es más que una mancha de humedad, que si los del duelo a garrotazos tienen las piernas hundidas o no… Valientes tonterías.

-El caso es que usted pintó dos frescos en el Pilar.

-Sí, primero pinté la bóveda del coreto, enfrente de la santa capilla, y años después la cúpula Regina Martyrum.

-La primera es La adoración del nombre de Dios, de estilo italiano, un fresco pintado a sus 26 años.

-A mí me gusta mucho cómo me quedó, con el triángulo en medio. Aunque ahora lo que más mira la gente de esa obra es el boquete que dejó una bomba sin carga en 1936.

-Y luego la Regina Martyrum, de la que hablaba antes.

-Esa la pinté cuando ya tenía 35 años y llevaba bastante tiempo en Madrid. Me encargaron dos cúpulas, y sólo llegué a realizar una. Todo fue porque se me ocurrió que, al estar tan alta, los brochazos tenían que ser más gordos. Pero los curas creyeron que les estaba estafando y hubo una trifulca.

-La cosa fue gorda, sí. Ahora dicen que con esa idea usted inventó el impresionismo. Fue cuando escribió: “En acordarme de Zaragoza y pintura me quemo vivo”.

-Bueno, los años ha puesto las cosas en su sitio y parece que ahora la cúpula sí que gusta. No hay más que ver que la restauran cada cierto tiempo. Pero decía usted que se le había ocurrido un tema que tiene que ver con Francia y las pinturas del Pilar…

-Sí, ahí queríamos llegar. Resulta que en el palacio de Versalles hay un techo pintado al óleo, en el Salón de Hércules, obra de François Lemoyne de 1736.

-Ya veo a dónde quiere llegar usted. Es la pintura de techo más grande del mundo, una maravilla. Representa el momento en el que Hércules llega al Olimpo, y sitúa a Zeus en el centro, en su trono. Hay nada menos que 142 personajes: entre ellos los dioses griegos rodeando a su rey…

-Esa es la cuestión: Zeus aparece sentado con los brazos abiertos, igual que la Virgen María en su cúpula, rodeada de los santos.

-Si lo que insinúa usted es que mi Regina Martyrum es una copia de La apoteosis de Hércules, está usted equivocado. Es verdad que yo pasé por Francia para ir hasta Italia, pero a nadie se le ocurriría en 1770 meterse en Versalles. El turismo se inventó después de la guillotina.

-Entonces, el parecido es casual…

-No, hombre, no. El tal Lemoyne se inspiró en Giambattista Tiepolo, que ya en 1724 había pintado en Venecia La apoteosis de Santa Teresita. Esto de las apoteosis tenía una tradición, oiga. Qué más da si es Zeus, la Virgen o una santa. Pero a mí lo que me gustaba era dibujar sueños.

-Eso parece interesante…

-En cuanto tenía un hueco entre encargo y encargo, me dedicaba a mis dibujos y grabados. También algún óleo y varios frescos, pero siempre con lo que soñaba. Era lo más divertido. Los Caprichos se vendieron muy bien. Los Disparates no los acabé; los vendían cuando yo ya estaba muerto. En fin.

-Bueno, no queremos robarle más tiempo. Ha sido muy amena la conversación. Esperábamos una exclusiva con lo de la copia de Versalles, pero ya nos ha explicado usted que no hay nada de eso. Al final habrá que poner de titular lo de los sueños.

-Un placer hablar con ustedes. Lástima que no me hayan preguntado por mi relación con el cine. Yo fui un precursor también en eso.

-Pero el cine se inventó mucho después de que usted muriera…

-Ya había ingenios parecidos en mi tiempo. Hablamos de eso otro ratico. Dé usted recuerdos a la gente de Zaragoza. Si hablamos de Zaragoza y pintura, me quemo vivo, pero allí pasé mi infancia y adolescencia, y eso marca para siempre.

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