Primavera sinovia
He comido fideos chinos recalentados, rebosantes de
acrilamida, y un pedazo de pudin ennegrecido, pudin de muerto, con sabor a
cadáver exquisito. Estaba solo en la mesa y no he tenido que esperar las
oraciones laicas de la foto para las redes. El empeño social en no dejarte
empezar a comer hunde sus raíces en oscuros ritos neolíticos, acompasados por
el cambio de las estaciones, la invención de los rebaños y el diseño de los
campos de cultivo. Un grupo de humanos, pongamos, reunidos en torno a una pieza
asada a la que no ha habido que cazar. Falta algo, no sabe a emoción. Uno de
ellos lanza un discurso nostálgico de aquellos tiempos pasados, el pasado
siempre es mejor, corriendo por el bosque tras el bicho. Los demás no comen,
escuchan. Y las palabras previas al yantar se hacen costumbre, y luego
tradición. Con la moda de los dioses, la perorata nostálgica deriva en oración
de gracias. Ahora que nadie tiene tiempo para religiones porque se adora a ese
dios tan lleno de información que está hueco, y todos tenemos siempre un
apéndice luminoso en la mano, la foto es la inexcusable ofrenda. Algún
despistado es reconvenido por intentar comer antes del clic. Casi he echado de
menos el lapso entre ver la comida y poder ingerirla. Los milagros se producen
por la intercesión de los santos. Se recuperan objetos o amores perdidos, se
producen curaciones imposibles. ¿Quién intercede ante dios o el diablo para las
desventuras? Se pierden objetos o amores, se producen enfermedades imposibles.
Algún santo o demonio aburrido me ha visto comer sin rendir culto a internet, y
me ha castigado con un ataque de dolor sinovial mandibular. He seguido
engullendo sin darle importancia, porque cuanta más importancia le das a un
dolor, más se crece, orgulloso de su función. Al llegar a casa he visto en un
espejo el lado izquierdo de mi cara, deformado, supongo, por la acumulación de
la sinovia, ese fluido viscoso que se encuentra en las articulaciones. He dormido
una siesta de tres horas, de esas que cuando despiertas necesitas otras tres
horas para volver a encontrar un lugar en el mundo. Siento que aún no he digerido
la acrilamida y el pudin. El cambio de las estaciones: ya está aquí la
primavera.
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