La mandorla y yo


En italiano, mandorla es almendra. En términos artísticos, se habla de mandorla cuando una figura está rodeada de un marco oval, como el Pantocrátor de San Clemente de Tahull. Si hablamos de urbanismo zaragozano, la mandorla romana es el territorio que se circunscribe al primer cinturón, es decir, el casco viejo, el perímetro de la ciudad fundada por César Augusto, dentro de las murallas.

En 2007, alguien hizo la pregunta: "Si pudieras elegir ¿En qué sitio de Zaragoza vivirías?" y la primera respuesta, mía, fue: "Yo viviría dentro de la mandorla romana; por ejemplo en plena placica de Santa Cruz, sin coches y con gentes divertidas que vienen y van…".

Ahora que ya he conseguido asentarme a pocos metros del lugar que definí hace seis años, en plena calle Méndez Núñez y muy cerca de donde trabajaba mi padre (calle San Jorge), recuerdo que durante los diez años de paréntesis que he vivido en un lugar sin ningún atractivo socio-cultural-político-histórico-sentimental, me trasladaba irremediablemente a los aledaños del sitio que ocupo hoy: tanto para aportar mi granito de arena al desarrollo tecnológico de un medio periodístico (calle Contamina), como para llevar a mi hija a la guardería (calle Refugio), como para visitar la tienda de mis amigos (calle Mayor), como para leer la prensa de noche (plaza Santa Cruz), como para comer atún (plaza Santa Marta, donde elaboraba pan mi abuelo paterno), como para grabar cortometrajes (calle Pabostría, mi favorita, donde se ganaba el sueldo mi abuela materna), como para beber cerveza (calle Espoz y Mina), como para comer con Luis, Jesús, Toni (calle Jussepe Martínez), como para escribir un libro (El Tubo. Memoria de un abandono).

En Praga, en La Habana, en París, en Córdoba, en Budapest, en Túnez, en Buenos Aires, en Oslo, en Ámsterdam, en Pau, en Lisboa, en Roma, en Barcelona, en todas las capitales que visito, me interesa su corazón, su centro histórico. En Zaragoza, mi ciudad y la de mis padres, también. Y ahora vivo en él. Y nada menos que en el mismo lugar en el que Ramón y Cajal dio a la luz sus primeras investigaciones. Las que le dieron el premio Nobel por descubrir que nuestras neuronas son células independientes, conectadas entre sí. Lo que forma nuestro cerebro: nuestra mente, lo que llamamos poéticamente corazón; nuestro yo.

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