El Cid. Historia, literatura, cine, nacionalismo y Zaragoza
Hay un personaje de la historia de España, pero sobre todo de su literatura, que suele atragantársenos por su utilización posterior por parte de los poderes más oscuros. Se trata del burgalés Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (1048-1099), un afamado militar medieval del siglo XI que siempre ganaba los combates, al menos en la narrativa que lo glosa.
Historia
En el año 1063 se libró la batalla de Graus, entre Al-Muqtadir,
el emir de la taifa de Saraqusta, aliado de Castilla, y su enemigo, Ramiro I de
Aragón, que quería conquistar Graus. El príncipe Sancho de Castilla (luego
Sancho II) acudió en auxilio de Al-Muqtadir, acompañado del Cid Campeador, en
la probable primera aparición estelar de éste. Ramiro perdió la batalla y pereció
en ella.
A la muerte de Fernando I de León, el ya rey Sancho II de
Castilla batalló y ganó contra sus hermanos varones, los reyes de León y
Galicia, con el Cid como escudero real. En las batallas de Llantada (1068) y
Golpejera (1072) fue donde Rodrigo Díaz se ganó el apodo de Campeador: guerrero
en batallas a campo abierto.
Pero doña Urraca se rebeló ese mismo 1072 contra su hermano
Sancho II en Zamora, y allí fue muerto por el supuesto traidor Vellido Dolfos,
aunque el rey acudiese con el Cid. Para la posteridad legendaria, doña Urraca
queda como la mala y el Cid como el bueno. Ni siquiera está claro que Vellido
Dolfos existiese.
El nuevo rey de León, Galicia y Castilla, Alfonso VI, según
una leyenda del siglo XIII fue obligado por el Cid a negar su participación en
la muerte de su hermano Sancho II, en la Jura de Santa Gadea. Luego el Cid
estuvo a las órdenes de Alfonso VI y se casó con doña Jimena, sobrina del rey,
con la que tuvo tres hijos.
Alfonso VI nombró al Cid embajador en Sevilla, para cobrar
impuestos. Pero después se enemistaron, porque el Cid empezó a dirigir campañas
bélicas contra musulmanes por su cuenta, incluidos aliados del rey, como
sucedió en una incursión en Toledo, tras batallar en Soria en 1080. Así que
Alfonso lo desterró de Burgos, de donde salió por la puerta de Santa María,
según la tradición.
En su camino, recreado por Manuel Machado (“polvo, sudor y
hierro, el Cid cabalga”) pasa por Peñaranda de Duero, Atienza, Jadraque y
Medinaceli, y llega a Barcelona, donde ofrece sus servicios al conde Berenguer
Ramón II el Fratricida, pero este le pide luchar contra Alfonso VI y el Cid se
niega.
Las cortes musulmanas se convertían a menudo en refugio de
los nobles de los reinos cristianos del norte: Rodrigo se va a Saraqusta,
actual Zaragoza, donde le acoge su amigo el rey musulmán Al-Muqtadir. Allí
reestructura todas las defensas y comanda su propio ejército mercenario con
bandera musulmana, que combate y vence a tropas aragonesas y castellanas cristianas
y musulmanas, entre 1081 y 1087. Es la época en la que se le añade a su apodo
el de Cid o Sidi (“mi señor”, en árabe; “mio Cid”, en romance castellano).
Cuando murió Al-Muqtadir, en 1081, le sucedió Al-Mutamán (el
emir zaragozano que más se asocia al Cid), a su vez sustituido a su muerte en
1085 por Al-Mustain II. Alfonso VI asedió Zaragoza en 1086, pero llegaron los
monjes guerreros almorávides del norte de África para reforzar el Islam en la
península. Así que Alfonso VI tuvo que abandonar el sitio de Zaragoza para ir a
Toledo y preparar sus tropas. En la batalla de Sagrajas, Badajoz (1086), perdió
contra los almorávides y tuvo que pedir ayuda a varios nobles, entre ellos el
Cid.
Alfonso VI le encargó que luchase en Valencia, ofreciéndole la
gestión de todas las tierras que obtuviese. Así sucedió en Sagunto y Alpuente.
Pero cuando el rey pidió colaboración al Cid para batallar contra los almorávides
en Aledo, Murcia (1089), Rodrigo no llegó a tiempo, y fue expropiado de todos
sus bienes y desterrado por segunda vez.
Entonces el Cid extiende su protectorado militar
independiente a buena parte del este de la península, desde Lérida a Denia,
incluyendo numerosas localidades, como Albarracín y Valencia. Ante su enorme
poder y riqueza nuevamente acumulada, el rey Alfonso decide tomar Valencia,
pero los aliados del Cid vencen en la batalla y él emprende acciones de
venganza, arrasando Nájera, Calahorra y Logroño. El rey le pide perdón por
carta. Tras la batalla de Tévar, Castellón (1090), en la que resulta herido,
Rodrigo se traslada a Daroca para su curación.
En 1092 se produce una sublevación en Valencia y el Cid la
asedia, hasta que la ciudad musulmana capitula en 1094. Así, decide pasar de
ejercer su protectorado a conquistarla directamente, y después Alpuente,
Lérida, Tortosa y Denia. El Cid sigue ganando batallas contra los almorávides,
como la de Quart de Poblet (1094), Bairén (1097), Almenara (1097) o Sagunto
(1098).
Pero Rodrigo estaba viejo y enfermo, tras su convalecencia
en Daroca. Además, su hijo Diego había caído en la batalla de Consuegra (1097).
El Cid murió en Valencia en 1099, con 55 años. Su esposa Jimena se convirtió en
Señora de Valencia, pero en 1102 ella y su corte abandonaron la ciudad, tras
desvalijarla e incendiarla. Valencia pasó de nuevo a ser musulmana hasta 1238,
cuando fue reconquistada por Jaime I.
Doña Jimena se llevó de Valencia el cadáver de su marido, y
lo enterró en el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos). En 1808, durante
la guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron su enterramiento,
pero tras diversos traslados, desde 1921 su tumba está en el crucero de la
catedral de Burgos.
Literatura
Aproximadamente cien años después de su muerte, alguien
escribió el Cantar de mio Cid, un
poema épico del siglo XII que inaugura la literatura en castellano. Este texto
es el que crea la leyenda arquetípica del caballero castellano cristiano, como
elemento propagandístico del reino de Castilla. El héroe literario mítico se ha
aprovechado por distintos poderes posteriores para sustentar la formación de un
espíritu nacional español.
Ya en el siglo XIV se escribió otro cantar de gesta, las Mocedades de Rodrigo, que incluye la
invención de la muerte del padre de Jimena a manos de un joven Cid, y fue la
inspiración para la obra de teatro de Guillén de Castro Las mocedades del Cid (s. XVII), y esta a su vez para El Cid de Pierre Corneille y la ópera
decimonónica homónima. Sin olvidarnos de la serie de dibujos animados infantil Ruy, el pequeño Cid (1980).
El filólogo conservador Ramón Menéndez Pidal se empeñó en
recuperar para el siglo XX al héroe de leyenda, y escribió en 1929 La España del Cid y en 1942 Historia del Cid. El historiador José
Luis Corral publicó en 2000 su novela histórica El Cid, y el escritor Arturo Pérez Reverte hizo lo propio con Sidi en 2019.
A la citada leyenda de la Jura de Santa Gadea y a la
condición de invicto del Cid se le añadieron otras, como la de su triunfo en
una batalla después de muerto, cabalgando embalsamado sobre su caballo.
También la de la Afrenta de Corpes (Guadalajara), que
aparece en el Cantar de mio Cid, en
la que los infantes de Carrión, nobles castellanos, pidieron al Cid la mano de
sus hijas Elvira y Sol (en realidad se llamaban Cristina y María), que les
entregó. Sin embargo, en Valencia se mostraron cobardes ante los musulmanes y
ante un león amaestrado del Cid. Humillados, vengaron su escarnio público
llevando a las hijas del Cid a un robledal, llamado de Corpes, donde las
azotaron y las abandonaron atadas a un árbol. Rodrigo luchó y venció a los infantes.
Las reales Cristina y María se casaron con nobles de Navarra y Aragón: Ramiro Sánchez,
señor de Monzón; y el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III.
Más datos legendarios: sus espadas, Tizona y Colada; o la
tumba de su caballo Babieca, en San Pedro de Cardeña. En el siglo XVI se propuso
canonizarlo, y los Reyes Católicos, Felipe II y el franquismo usaron su figura
como modelo transmisor de valores patrióticos y católicos. En 1955, el dictador
Franco inauguró el monumento al Cid en Burgos, asegurando que el personaje
representa el espíritu de España. Curioso anacronismo, propio del nacionalismo
fascista: España no era en el siglo XI más que el nombre de una península; nada
que ver con una nación o un Estado.
Cine
En esa línea, en 1961 se estrenó la película estadounidense El Cid, dirigida por Anthony Mann y
protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren. Se trata de una
superproducción de Samuel Bronston, rodada en España y con tres horas de
duración.
La película narra la vida legendaria del Cid, haciéndole
personificar la España cristiana, contra el enemigo musulmán. Este está
encarnado por el emir almorávide Ben Yussuf (Yusuf Ibn Tasufin, interpretado
por Herbert Lom), que quiere apoderarse de España, Europa y el mundo entero. Un
auténtico supervillano, enfrentado con el Cid Campeador, un genuino superhéroe
invencible, con poderes y protección directa de Dios, todo un Jesucristo
soldado español.
La cosa empieza cuando Rodrigo libera al emir de Zaragoza Al-Mutamán
(aquí llamado Moutamin) en vez de ahorcarlo, lo que le vale su amistad, pero la
acusación de traidor al rey cristiano. Jimena, que le espera, no cree esa
acusación, aunque no entiende la acción de Rodrigo. En un giro absurdo, el Cid
mata al padre de Jimena, la cual asegura a su novio que aprenderá a odiarlo.
Castilla y Aragón se disputan Calahorra, y la obtendrá quien
gane el torneo entre el Cid y el alférez del rey de Aragón. Rodrigo usa su
victoria para demostrar su inocencia y es nombrado alférez del rey Fernando,
conde de Castilla. Jimena, no obstante, sigue empeñada en vengar la muerte de
su padre, anterior alférez, para lo que cuenta con Ordóñez, un enamorado suyo.
Al-Mutamán salva al Cid de la traición de Ordóñez, al que
Rodrigo perdona. Jimena accede a casarse con Rodrigo por orden del rey, pero
luego se retira a un convento. Al morir el rey Fernando, su hijo Sancho II de
Castilla disputa con sus hermanos los territorios heredados de su padre, pero
el Cid lleva a Alfonso a Zamora con Urraca.
Ben Yussuf planea aprovechar la debilidad de los reinos para
invadir la península, y así se lo cuenta a Al-Cadir, emir de Valencia
(localizada para la filmación en Peñíscola). El traidor Vellido Dolfos, por
orden de Ben Yussuf, mata al rey Sancho. El Cid mata a Vellido Dolfos. Urraca
pide a Jimena que convenza a Rodrigo de no obligar a Alfonso a la Jura de Santa
Gadea, pero el acto se celebra y el Cid es desterrado por humillar al rey.
Rodrigo encuentra a un leproso al que da de beber, y luego
Jimena se une al viaje. Un nutrido grupo de soldados también le sigue, a lo que
el Cid grita: “¡España, España!” y abandona a Jimena en el convento.
Años después, un Cid ya barbado ofrece al rey Alfonso la
ayuda de Al-Mutamán para luchar contra Ben Yussuf, y aconseja no batallar
contra él en Sagrajas sin antes conquistar Valencia. Alfonso rechaza la ayuda y
conmina a Rodrigo a luchar en Sagrajas. Rodrigo no hace caso y acude al
convento, donde conoce a sus dos hijitas gemelas, Elvira y Sol. Luego pone
cerco a Valencia junto a Al-Mutamán.
Alfonso pierde la batalla de Sagrajas y apresa a Jimena y
sus hijas en Burgos como castigo al Cid, pero gracias a Ordóñez consiguen
reunirse a las puertas de Valencia. Allí, las tropas de Rodrigo lanzan panes al
interior de la muralla y los valencianos se rinden. El Cid se niega a ser
coronado y declara que ha conquistado Valencia para el rey Alfonso. Entonces Al-Mutamán
dice: “Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor”, una frase que aparece en
el Cantar de mio Cid, pronunciada por
los burgaleses tras el destierro del Cid.
Ben Yussuf ataca Valencia, y el Cid resulta herido.
Permanece moribundo, aunque Ben Yussuf anuncia a sus tropas que el Cid ya ha
muerto. Rodrigo dice a los suyos que al amanecer cabalgará con ellos, y luego
pide a Jimena que sea vivo o muerto, a lomos de Babieca. El rey acude esa noche
con su ejército, y el Cid muere. A la mañana siguiente, sacan el cadáver sobre
su caballo y los moros huyen despavoridos.
Se produce así el éxtasis glorioso de la conjunción terrenal
y celestial del héroe nacionalcatólico que conjuga las esencias de Santiago
Matamoros y del caballero andante, el varón puro más rancio que ha parido
España. Y la película, de factura impecable, da buena cuenta de ello, dando
como resultado un producto fílmico tan apreciable como rechazable.
Nacionalismo
El aragonés Joaquín Costa (1846-1911), padre del
regeneracionismo político, hizo popular su frase “Doble llave al sepulcro del
Cid” (1898), refiriéndose a la necesidad de un cambio progresista en España.
Costa aludía al Cid como símbolo conservador, puesto que el nacionalismo
español esencialista y reaccionario del siglo XIX había elegido al Cid como
mito fundacional.
Así, además de las referencias literarias ya citadas,
destaca el largo poema de José Zorrilla La
leyenda del Cid (1882), en el que se actualiza el cantar medieval con los
presupuestos políticos de la época. Este autor ya había aquilatado con destreza
otro mito patrio en su Don Juan Tenorio
(1844).
En 1921, cuando se trasladaron los restos del Cid a la
catedral de Burgos, el acto fue presidido por el rey Alfonso XIII, como un
símbolo de reafirmación patriótica monárquica y reaccionaria. El contexto
político fue el envío de tropas a Marruecos tras la pérdida de las colonias de
ultramar en 1898 y la coincidencia con el final de esa aventura, en Annual.
Entre los primeros sellos postales emitidos por la zona
nacionalista durante la guerra civil española, destacan dos de 1937: el
dedicado a Isabel la Católica y el que muestra al Cid Campeador. Y así llegamos
al momento en que Franco inauguraba la estatua de Burgos, en 1955. En seis
décadas había dado tiempo para que las dos llaves de Costa se convirtieran en
siete, como demuestra el discurso que pronunció el dictador: “Esa monstruosidad
de alardear de cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid”. Y también la
entrega por parte del alcalde de Burgos a Franco de “las siete llaves
simbólicas”.
Resumiendo, de lo que se trataba era de dejar claro que la
guerra civil fue una versión renovada de la reconquista y que Franco era el nuevo
Cid Campeador, en una lista de personajes favoritos de los ultras, que va desde
Viriato hasta Agustina de Aragón, pasando por don Pelayo, Guzmán el Bueno,
Isabel la Católica y Cristóbal Colón.
Zaragoza
Volviendo a Zaragoza, en la ciudad se levantaba desde 1775 el
cuartel del Cid, construido como cuartel de caballería del Tinglado, entre la
plaza de toros y la iglesia del Portillo. En 1808 fue escenario de la primera
batalla de los Sitios de Zaragoza, en el marco de la guerra de la
Independencia.
Con motivo de la construcción en su solar de una
urbanización, en 2020 se puso el foco en la tapia que aún existe de ese antiguo
cuartel, en el paseo de María Agustín. Esa tapia, además de ser el cierre del
recinto, era también la muralla de la ciudad en el suroeste desde el medievo,
como demostraron las catas arqueológicas.
Más concretamente, se instó a conservar sobre todo la puerta
trasera del acuartelamiento, que consecuentemente es también una de las puertas
olvidadas de Zaragoza. Una vez fuera, las Eras del rey o Campo del Sepulcro,
lugar de la citada batalla y emplazamiento de la futura estación ferroviaria,
precedente de la de El Portillo.
Desde allí entraron los franceses a Zaragoza, tras haberlo
intentado por la puerta del Carmen y la del Portillo, aunque en esta primera
ocasión fueron repelidos. Fue la denominada batalla de las Eras.
No está datada la fecha concreta en la que este cuartel fue
bautizado como del Cid, aunque sí está claro que fue en el siglo XIX, en el
contexto de la recuperación patriotera del personaje. El cuartel desapareció
tras años de abandono cuando fue derruido en 1968, el año en que se organizó
una revuelta estudiantil en París. Curiosidades de la historia, de la
literatura, del cine, del nacionalismo y de Zaragoza.
Referencias:
El Cid, la leyenda, documental de
Pablo Chamorro, 2020.
El Cid, película dramática de
Anthony Mann, 1961.
Rodrigo Díaz de Vivar, en Wikipedia.
Joaquín Costa y el mito del Cid, artículo
de Manuel Domínguez, 2020.
El último muro del primer sitio de Zaragoza,
artículo de Mariano García, 2020.
Muchas gracias por tanta información,hay tantas cosas que no sabía... Además hay una casualidad aunque sea una tontería,me llamo Cristina.Un saludo...
ResponderEliminarDe nada, Cristina
EliminarImprescindible. ¡Gracias!
ResponderEliminarDe nada, s&f
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