La mayoría negacionista
Negacionistas del antropoceno y su cambio climático de
calentamiento global, de los derechos humanos, de la igualdad y la justicia
social, de la democracia, de la ciencia: ultraderechistas. Sus antipostulados
llevan unos años calando en amplios sectores, incluyendo a quienes se pretenden
antisistema, alternativos e izquierdistas. La negación de la ciencia les lleva
a creencias delirantes; dan la espalda a siglos de humanismo, y lo que es peor:
opinan que lo suyo es pensamiento crítico.
Del mismo modo que a lo largo de la Historia la mayoría de
la población ha creído en la magia y los dioses, los actuales mitos son los bulos
propagados en internet. Una corriente retrógrada que arrasa innumerables mentes
y que está basada en dos pilares: el primero, la negación de la ciencia como
método de acercamiento a la realidad; el segundo, la negación de la igualdad de
derechos entre todos los seres humanos.
Negando la ciencia, afirman que la Tierra es plana, que la
evolución no existe, que los fósiles son falsos, que el clima cambia sin
intervención humana, que las pandemias se inventan para controlar a la gente o
son inoculadas para reducir población y que las vacunas son ineficaces e
incluso dañinas.
Negando la igualdad, afirman que la democracia no es válida,
que el feminismo es una corriente destructora y que las migraciones introducen
en los países ricos a personas de menos calidad.
Los negacionistas son mayoría. Creen que un selecto grupo de
millonarios se reúne para causar daños terribles al mundo entero. Daños como
destrozar las economías de los países reduciendo el consumo de combustibles
fósiles, con la excusa del calentamiento global. Daños como promover el
supremacismo femenino, con la excusa de la desigualdad de género. Daños como
favorecer la invasión de humanos inferiores, con la excusa de los derechos
humanos.
Dotados de un halo de rupturismo y equipados con un discurso
pretendidamente innovador, son responsables de un genocidio continuado y
creciente. Todas sus teorías nazis son las causantes de la muerte de millones
de personas, por enfermedades, catástrofes y actos violentos.
Muchos de ellos afirman sin despeinarse que formaron parte
de la antigua izquierda política, y que la actual ha perdido el norte con todas
esas tonterías del clima, el feminismo y la inmigración. Ahora se declaran
apolíticos, y celebran y votan a los partidos que defienden el patriotismo
excluyente, la familia represora, la educación clasista, la sanidad privada, la
opresión de las minorías y la ley de la selva. No son apolíticos, son fascistas.
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