Sombras de mi pasado

Tuve muy poca relación con María. Trabajaba de limpiadora o de algo parecido en un colegio público del casco viejo de Zaragoza. Visité ese lugar durante mi infancia, y ahora que me he especializado en la historia de la ciudad deduzco que se trataba del colegio de San Felipe, en la actual ubicación del museo de Pablo Gargallo. 

Desde las ventanas del colegio, que yo reinterpreté luego en una esquina de la cercana plaza del Justicia, mi tía Carmen, la hermana de María, me mostraba la antigua tienda de bromas de Emilio Grasa. Ahora sé que no sólo vendía esos artículos, sino una amplia gama de mercaderías, y que se llamaba La bola dorada y estaba en la calle Candalija, que desemboca en la de Alfonso I.

Siempre creí que María había sido maestra, pero alguien de la familia me sacó de mi error. Su marido fue fusilado por ser del bando republicano, y su hijo estuvo al cuidado de Carmen. Carmen nunca tuvo hijos, pero sí ahijados, como el huérfano Alejandro o José, fruto de un matrimonio anterior de Feliciano, el marido de Carmen.

María fue internada durante sus últimos meses en una residencia contra su voluntad. Su hijo, ya muy mayor, que había estudiado en los Escolapios, llevaba las cuentas de la asociación de exalumnos. Tuvo dos hijos con Emilia: el primogénito se llamó como él y la pequeña fue Eva, el mismo nombre que yo le puse a mi hija. Quién sabe qué vida llevarán hoy, medio siglo después.

Personas que van dejando huella, mayor o menor, en uno. La que más, Carmen. Pero también Emilio Grasa, que acabó loco e internado en una habitación del seminario de San Carlos. Yo lo visitaba con su cuidador Feliciano todas las semanas de mi infancia, y me regalaba artículos de broma. Su sobrina Teresa restauró la cúpula de Goya del Pilar.

Y José, el hijo de Feliciano, que marchó a Francia para buscarse la vida, montando un bar taxi en un pequeño pueblo. Acabó sus días muriendo en Zaragoza, antes que su padre, que en mi última visita no me reconocíó.

Hoy vivo rodeado de gente que me quiere, como entonces. Casi todos son otros, son otras. Pero recorro las calles de mi ciudad y recuerdo siempre a estos antepasados lejanos, sombras de mi pasado, y sus lugares asociados. Como el Monte de Piedad de la foto.

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