La opinión de los normales
Yo confieso. He vivido toda mi vida en una burbuja de ignorancia y error. Siempre había creído que la sociedad estaba conformada por personas con distintas ideologías, repartidas de modo misceláneo. Pese a que ya era consciente de que la gente de ideas muy avanzadas eran minoría, estaba convencido de que había un cierto equilibrio entre conservadores y progresistas.
Pero no. Lo cierto es que la mayoría es normal, normalizada, normativa. Todo ese montón de habitantes que pulula es una masa de humanos con miedo, deseosos de que las cosas sigan como están, porque por muy mal que les vaya como colectivo, siempre les puede ir peor. Los que creen que se puede progresar, que incluso hay que hacer algo para que todo avance, son muy pocos.
Y era lógico pero no lo veía. Las vanguardias, los revolucionarios, la avanzadilla intelectual, el motor de la historia, es un grupo reducido y siempre lo ha sido. Así funciona el progreso. El común de los mortales vive envuelto en sus creencias, persiguiendo la zanahoria con el palo como el resto de los mamíferos. Hacen sus vidas, comen mejor o peor, duermen más o menos, miran un canal de televisión u otro, eligen un equipo, compran ropa, llegan a fin de mes o no, creen en Dios o dudan un poco, toman el sol, van de vacaciones, pasean, se conforman con lo que hay.
Sus opiniones, siempre derechistas, son las que priman. Muchos se empeñan en aconsejar que la política no entre en las conversaciones. Lo que no quieren es oír nada de política de izquierda: nada que tenga que ver con el avance de las costumbres, la justicia social, la libertad, la crítica o la denuncia. Mientras tanto, continúan lanzando al aire sus comentarios retrógrados, porque es lo corriente, lo mayoritario, lo impuesto, lo normal.
Los normales te cuentan con soltura sus experiencias, invariablemente teñidas de una fina y amable capa de racismo, sexismo, homofobia, belicismo, paraciencia y conspiranoia. Suelen ser campechanos, viva la gente, la hay donde quiera que vas. Su concepción del arte y la cultura es de tómbola; su visión de futuro es nula; su interés por lo abstracto, por el pensamiento, por la vida interior, por la humanidad, inexistente.
En mi burbuja, en mis decisiones vitales de compañía y disfrute, los normales han solido ser elementos aislados, curiosidades, fenómenos de feria, porcentaje desdeñable. Pero era todo al revés. Se ha pinchado la pompa de jabón y ahora vislumbro ante el horizonte el inmenso latifundio repleto de normalidad, donde los excéntricos son sólo lunares sobre una piel uniforme, uniformizada y uniformada.
Yo confieso. Los árboles no me dejaban ver el gimnasio.
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