El socialismo y el cristianismo
Robert
Owen, socialista reformista británico, no estaba de acuerdo con Marx en la idea
de la lucha de clases, y defendía la fraternidad. Era también empresario,
claro. Pero parecía majete, pese a eso: divulgó una máxima que tomó prestada
del cristianismo: “Ocho horas de trabajo, ocho de cultura, ocho de descanso”,
que sustituía el rezo de la Regla de san Benito por el recreo intelectual. No
en vano, la idea de fraternidad, una de las tres del lema de la Revolución
francesa, provenía directamente de los Evangelios. No así las de libertad e
igualdad, claro.
El
bueno de Owen pasó de una juventud contraria a la familia, la religión y la
herencia a una madurez espiritista. Demasiados contactos con los conceptos
cristianos. Fue uno de los pioneros de la idea de las cooperativas: empresas
privadas gestionadas por sus trabajadores. Como es sabido, funcionan en el
sistema capitalista, y si bien son conceptualmente mucho mejores que las
tradicionales, colaboran en su injusto sostenimiento.
Owen,
del que no dudamos de su buena voluntad, es un ejemplo claro de
colaboracionista. El poder financiero necesita de estos personajes
bienintencionados para engrasar su maquinaria asesina. Lo mismo sucede con los cristianos
de base: confían en la bondad del ser humano y acaban alimentando a la gran estafa
de la religión organizada.
Por
eso, amigos, yo ya hace años que modifiqué la letanía francesa: “Libertad,
igualdad, tranquilidad”. Ya sé que lo de la tranquilidad no casa muy bien con
lo de la lucha de clases, no. Pero qué se le va a hacer.
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