Muertos privados
Nada menos que siete de cada diez personas
tienen un seguro que les cubre los gastos de su propio entierro: una auténtica agonía.
La excusa esgrimida por los firmantes suele ser que así evitan a sus allegados el
gran gasto que supone morirse uno. Nadie protesta por esas cantidades
exorbitadas, porque parece de mal gusto reivindicar derechos asociados con los
muertos. Así, la raíz del problema permanece firme, como la de los cipreses
funerarios.
Por otro lado, desde hace unos años,
proliferan los tanatorios privados. O sea, esas habitaciones espantosas que
constan de un escaparate para que todos puedan ver muerto al muerto. Cada vez
más, gestionadas por los menos indicados para una labor así: de nuevo los
mercachifles del último estertor. Se está dando la circunstancia, cada vez más
frecuente, de ver reunidos en torno a un muerto de izquierdas, defensor de lo
público, a sus camaradas ateos y republicanos, en uno de esos nuevos
supermercados del capitalismo fúnebre.
La filosofía de las empresas que cobran
cuotas de por vida asegurando la muerte (seguros de vida, los llaman, con todo
su recochineo) ha calado con sus cantos de sirena en la mayoría. O sea, los
pobres. O sea, las víctimas en vida. Y ojo no se suicide usted durante el año
siguiente a firmar la gran estafa: se queda sin cobertura, debido al llamado
período de carencia.
Sumando todas las cuotas, que suelen comenzar
a pagarse de modo obligado y denunciable cuando se pide la hipoteca (otra
condena generalizada), se podrían hacer entierros invitando a la fiesta a toda
la población de cada comarca. Claro que los que se van de farra son los
propietarios de las aseguradoras. Para más inri, de un tiempo a esta parte, los
agentes de seguros mienten a sus clientes afirmando que los tanatorios públicos
no reúnen las condiciones, y además obligan ilegalmente a firmar las últimas
estancias en esos despreciables lugares privados.
La muerte era un ritual comunitario, o lo que
es lo mismo, un servicio público. Ahora es un entramado mafioso de empresas
sanitarias vampirizantes, en connivencia directa o indirecta con el resto de
servicios privados: muchos de estos depósitos provisionales de cadáveres carecen
de transporte público, al estar ubicados en suelos baratos del extrarradio.
El desmantelamiento del Estado entendido como
comunidad social de individuos ha llegado ya a los muertos, después de acabar
con los vivos. Ahora es un holding en la salud y en la enfermedad, antes y
después de la expiración: si se puede sacar dinero de un cuerpo inerte
enchufado a la televisión, también es posible hacerlo cuando ha dejado de fumar
definitivamente.
La declaración de últimas voluntades incluye
los deseos de una persona acerca de los cuidados que quiere recibir si se ve
impedida, además de qué quiere que se haga con su cadáver. Los modelos estándar
de documento de voluntades anticipadas no contemplan la decisión acerca del
tratamiento de los cuerpos en velatorios con ánimo de lucro. Esperemos que las
personas concienciadas comiencen a incluir esa cláusula. Pero esperemos
sentados, porque es de temer que el cadáver de nuestros enemigos tarde mucho
tiempo en desfilar ante nuestros ojos.
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