El Bosco: grandes éxitos

El Bosco: grandes éxitos

Por Antonio Tausiet

Hieronymus Bosch fue un pintor holandés que nació en el siglo XV y que les gustaba mucho a los surrealistas del XX. Al que en España llamamos El Bosco era un pintor religioso que, aunque en Italia ya estaba implantado el Renacimiento y Miguel Ángel hacía sus obras maestras, reflejó una iconografía heredera de la Edad Media. Eso sí, feroz e increíblemente imaginativa.
Pintó bastantes cuadros, pero he elegido cuatro de sus grandes éxitos para comentarlos. No se trata de un estudio académico. Simplemente he querido poner aquí las imágenes y lo que en ellas se ve, para solaz de propios y extraños. Una mesa (la de los pecados capitales) y tres trípticos (los del Juicio Final, el Carro de Heno y el Jardín de las Delicias). Recomiendo abrir las fotos en nueva ventana o pestaña, para ir cotejando lo que comento con cada obra o detalle.
 

Mesa de los pecados capitales o Tablero de los siete pecados capitales y las cuatro postrimerías

Está en el Museo del Prado de Madrid. Es el ojo de Dios, cuya pupila está ocupada por Jesucristo, que está acompañado de la leyenda en latín "Cuidado, cuidado, el Señor lo ve". Mientras éste nos enseña sus heridas de guerra (la del costado, la de la mano), vamos viendo dibujadas en el iris las representaciones de los siete pecados capitales:

Ira

Al fondo hay una taberna con un banderín de un león rampante anunciándola. Los dos campesinos protagonistas, que están peleando presos de la ira con sus puñales, muy probablemente han sido animados por su borrachera. El de la izquierda luce como airoso sombrero un taburete de asiento triangular, mientras el de la derecha está siendo contenido por una mujer, sobria y sonriente.

Soberbia

Una mujer en su aposento, con un tocado que más parece una lámpara de noche, hace gala de su soberbia vanidad, mirándose a un espejito que sostiene satisfecho un diablo que sale de detrás del armario, también cucamente tocado. En la habitación de la derecha, su marido no le va a la zaga y se observa en su propio espejo, mientras un gato mira a la señora. En el suelo, un collar asoma de un estuche, listo para adornar a la dama.

Lujuria

Dos parejas se dedican a arrullarse en una comida campestre bajo un entoldado rojo. Mientras tanto, un juglar azota a un bufón en el culo con una cuchara de palo. Los amantes ni se inmutan, mientras una lira yace en el césped.

Pereza

En aquel tiempo más que pereza el pecado era "acidia", o sea, pereza espiritual: olvido de las obligaciones con Dios. Un cura se ha quedado traspuesto ante su acogedora chimenea (su perro también), y una monja llega para despertarlo con un libro sacro y un rosario: tiene que rezar. Obsérvese que el aposento se abre ingeniosamente al jardín donde se zurran los humoristas. Pero el hombre no se despierta ni por esas.

Gula

Simpática familia cuyos miembros varones se dan a la comida y a la bebida con desenfreno. La sufrida ama de casa acarrea un pollo, el niño acaba de levantarse con su ropa manchada del curioso trono donde ha evacuado y quiere comer más, el padre gordo se afana con la pitanza, y el otro caballero bebe con ganas sin vaso ni nada. Entre el desorden del suelo, no falta una hoguera donde cocinar más alimentos.

Avaricia

Cinco ilustres caballeros participan en un juicio al aire libre: el de la vara es el juez, que está más preocupado por recibir sobornos que por ejercer su oficio. De hecho, le ofrecen dinero las dos partes litigantes. Es de suponer que la bolsa del de azul inclinará la balanza a su favor, contra la moneda del de la derecha.

Envidia

A la izquierda, un burgués intenta seducir a la mujer de otro. Pero el señor que lleva el halcón encapuchado en la mano mira celoso a su rival amoroso, que le ha arrebatado a su pretendida y arroja feliz huesos a los perros. Mientras, otro caballero acarrea un saco y se va, convencido de que en esa escena no tiene nada que hacer.

En las cuatro esquinas del tablero están representadas las cuatro postrimerías, esto es, lo que va después de la vida del católico: muerte, juicio, infierno y gloria.

Muerte

Es la representación arquetípica del "Arte de bien morir". Un enfermo terminal con la cabeza vendada ve su lecho de muerte rodeado de personajes coadyuvantes: tres religiosos, una monja y un médico. Su mujer y su hija (con el gato) se dedican a hacer un ovillo de lana mientras esperan el fatal desenlace, y en la cabecera un ángel y un demonio esperan a ver cuál se lleva al difunto. La muerte ya asoma a la izquierda para dar su estocada.

Juicio final

Aunque este tema lo veremos ampliado en uno de los famosos trípticos, aquí ya está presente: Jesús se dispone a dictar sentencia rodeado de cuatro ángeles trompeteros, y acompañado de unos cuantos justos divididos convenientemente según su género. En la Tierra, los muertos van saliendo de sus tumbas.

Infierno

También volveremos a él. Aquí se representa pormenorizando de nuevo los siete pecados, esta vez acompañados de los suplicios que merece cada uno: la lujuria, en la cama de la izquierda; la gula, con el gordo en la carpa; la pereza, con el grupo del fondo atacado por los perros; la envidia, con la monja torturadora; la ira, en el tablero de la derecha; la avaricia, en el caldero que hay debajo; y la soberbia, con ese diablo con birrete rojo que sostiene un espejo. El río, las construcciones fantasmagóricas, el paisaje desolado y las criaturas monstruosas prefiguran un infierno muy del gusto de nuestro autor.

Gloria

Y por fin, la última viñeta: el Paraíso. Es un palacio donde reina Dios, en la parte de arriba, adorado por sus ángeles, un trío de los cuales forma un grupo musical en el jardín. En la puerta san Pedro atiende a los humanos desnudos que llegan -los que están ya dentro visten muy elegantes- y san Miguel le acompaña con su cruz-espada, atento a que el demonio de turno no se lleve a la que no debe.

La mesa contiene también unas inscripciones copiadas del capítulo 32 del Deuteronomio. La de arriba reza: "Esa gente ha perdido el juicio y carece de inteligencia: si fuesen sensatos entenderían la suerte que les espera". Y la de abajo: "Esconderé de ellos mi rostro y consideraré sus postrimerías". Queda claro pues que Dios espía las acciones de los humanos y que actuará en consecuencia.
 

Tríptico del Juicio Final

Lo podemos ver en la Academia de Bellas Artes de Viena. Se compone de un panel central con la escena del Juicio en la Tierra, un ala izquierda ambientada en el Paraíso y un ala derecha para el Infierno. Curiosamente, los que se salvan son sólo unos pocos personajes que acompañan a Cristo en la parte superior del panel central: el resto de la pintura está lleno de pecadores, lo cual hace que la diferencia entre la Tierra y el Infierno sea escasa o nula. Otra peculiaridad del tríptico es que su ala izquierda no representa el Paraíso futuro, sino el pasado, lo cual refuerza la idea general de Infierno futuro para la mayoría.

El pecado original

El ala derecha es una secuencia ambientada en el Paraíso Terrenal. Lo que se está representando es el comienzo del pecado. De abajo arriba, vemos:

Dios crea a Eva mietras Adán duerme. Les prohíbe comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, pero éstos son tentados por Lucifer (en versión femenina, con pechos: simbiosis con Lilith), que les ofrece los frutos.

Una vez cometido el Pecado Original, un ángel expulsa a la pareja del Paraíso. La historia del ser humano sufridor comienza.

Un grupo de ángeles se había rebelado contra Dios, que aquí aparece sentado en su trono celestial. Los dos bandos luchan entre sí y los ángeles rebeldes se van transformando en demonios con apariencia de insectos negruzcos a medida que descienden.

El Juicio Final

Jesús permanece en la parte superior, con sus allegados, mientras la Tierra arde y los resucitados son condenados en su mayoría.

A derecha e izquierda, los consabidos ángeles trompeteros. Sobre Cristo, su madre la Virgen maría y su primo san Juan Bautista. Otros doce santos les acompañan. Justo debajo, la Ira Divina (Dies Irae) ya ha empezado a surtir efecto: en el valle de Josafat, Jerusalén y sus inmediaciones arden a todo pasto. El Apocalipsis ya está aquí.

Abajo a la izquierda, las cosas no les van muy bien a los mortales: demonios y otras criaturas maléficas y extravagantes les torturan de muy variopintas maneras. Veamos algún detalle.

En la parte superior izquierda se distingue al que probablemente sea el único humano que vemos salvarse, guiado en el seno del río por un ángel bueno. El resto son demonios, bestias y pecadores. Un diablo lanza una flecha, otro porta una escalera, monstruillos acechan a un personaje recostado, y una bella dama se deja acariciar lascivamente por un reptil mientras un ser azul toca su nariz-trompeta, un dragón agarra la mano de la chica y un simio tañe contento un laúd. Todo ello en el techo de un edificio.

Dentro de la casa, una diablesa cocinera está preparando una sopa con un pobre pecador. De la ventana mana un líquido excrementicio que va a parar al tonel que sostiene contento un diablo rojo, dándole a beber a un gordo infeliz sentado a una mesa, que comparte con animales repugnantes y un ser con cabeza de guerrero.

Bajo una inmensa capoladora para humanos, un monstruo le rebana el brazo a un condenado, mientras vemos a la derecha un ejército de seres extraños.

La parte inferior derecha no desmerece del resto: una siniestra procesión cruza el puente sobre el río y hay torturados por doquier. Acerquémonos un poco más.

Entre descuartizados y por descuartizar, varios monstruos acarrean un cuchillo gigante ciertamente amenazador. El ser con pico de cigüeña y muletas de la izquierda acarrea a duras penas un cesto que contiene a un caballero acechado por otro diablo.

El infierno

Aunque no es la mejor representación del infierno de todas las que pintó El Bosco, no carece de interés. Vamos a verla dividida en tres partes.

Arriba, todo arde. Se hace difícil diferenciar este infierno de la escena terrestre del Juicio del panel central. Diríase que forman un todo único. En cualquier caso, este fragmento en sí mismo ya es todo un óleo fascinante: casi desértico, la única presencia animada en este paisaje achicharrante es un grupo de pecadores que huyen y un diablo que desciende de su escalera para atormentar a los condenados.

La parte central está presidida por figuras de gran tamaño, como el ser arrodillado de posaderas verdes, la carpa roja llena de pecadores desesperados y la persona también verde que echa fuego por la boca. Entre éstas, humanos, animales fantásticos y diablos haciendo uso de sus anos para ser insertados o interpretar melodías.

Abajo, una figura espectral preside la puerta de un edificio y un pez verde yace inerte, mientras se siguen sucediendo escenas de tortura.
 

Tríptico del carro de heno

Se conserva en el Museo del Prado de Madrid. Representa en su panel central la alegoría del carro de heno, es decir, los placeres y riquezas del mundo terrenal, que como el heno se secan y acaban pronto. El heno es un conglomerado de hierbas secas o paja, que sirve de alimento al ganado. Es proverbial referirse a la paja como algo insignificante, de poco peso tanto real como figurado. En las dos alas del tríptico vuelven a figurar el Paraíso y el Infierno.

La expulsión del Paraíso

Vuelve a presentarnos la misma narración que la del pecado original del ala derecha del tríptico del Juicio Final conservado en Viena. En este caso, se modifica el orden de las "viñetas", que en el anterior presentaban la lectura temporal por alejamiento de los personajes y aquí se leen de arriba abajo. Dios creador con sus ángeles es ahora Cristo en su trono; algunos de los renegados caen al mar, ante una estructura rocosa antropomorfa (que Dalí recreará cinco siglos después); la creación de Eva corre a cargo de Dios Padre y no de Cristo; el diablo tentador está en forma de serpiente; y por fin, en primer plano, el ángel que les expulsa lo hace ante una puerta que nuestros primeros padres no podrán volver a franquear. Sobre ella, dos frutas: una de ellas es picoteada por un ave, como símbolo de lujuria. Tras las figuras de Adán y Eva, plantas espinosas: el cardo representa las tentaciones de los sentidos.

El carro de heno

El heno que lleva este carro hace referencia a lo efímero de los placeres terrenales, encarnado en el pecado de la avaricia. El significado alegórico del cuadro, como casi todos los de El Bosco, es el alejamiento por parte de los humanos de la religión y sus preceptos. Diríase que el nuevo ídolo sustitutorio es este montón de heno, al que todos adoran torpemente. Mientras, los demonios lo acarrean felices, llevando a los individuos de todas las clases sociales al infierno.

En la parte superior, un Dios olvidado contempla la escena, atendido sólo por el ángel que viaja sobre el heno. Mientras, en un decorado imposible (un árbol frondoso) una pareja de campesinos se besa (lujuria) observada por una lechuza y un grupo de tres humanos y un demonio con nariz de trompa se dedican a las artes musicales, ajenos a su terrible sino. La muchedumbre que sigue al carro está encabezada nada menos que por el rey de Francia, el Papa y el Emperador, los tres a caballo. El inmenso jaleo incluye atropellos, peleas, asesinatos, gente que quiere subir al carro...

 
 
 En el primer detalle preside la escena un cojo al que están a punto de apuñalar. Conduciendo el carro, en la imagen de la derecha, los monstruos demoníacos, con apariencias animalescas. Por último, añadir que en primer plano de este panel central hay gente que no parece querer "montarse en el carro", aunque la realidad es muy otra: representan imposturas que también los van a llevar al fuego eterno: la del caballero con los niños, que es en realidad un mendigo farsante; la del médico de gorro rojo con su paciente, cuyas ganancias son ilícitas como muestra la paja en su bolsa; o la de las monjas que atesoran heno mientras les supervisa un fraile gordo que bebe. Resumiendo: según la visión repetida de El Bosco, en lo que respecta al género humano, la batalla entre el bien y el mal la ha ganado Lucifer por goleada.

El Infierno

Esta variante del Averno nos muestra una peculiar mirada del tema, centrada en la albañilería demoníaca. El elemento más destacado es una torre circular en cuya construcción están afanados varios diablos, provistos de paletas, grúas, andamios, cemento, maderos, una escalera, un hacha... Al fondo todo arde, como es de rigor, y en primer plano los incautos pecadores están siendo convenientemente torturados. Suponemos que el afán constructivo se debe a que es tal la cantidad de huéspedes que hay necesidad de aumentar la capacidad hotelera. Es obligado señalar que este infierno tiene continuidad respecto al desfile del tema central, mediante el condenado que viene de la izquierda.
 

Tríptico de El Jardín de las Delicias

Al igual que la Mesa y el Carro, esta obra la muestra el Museo del Prado de Madrid. Es la más célebre de su autor, y, pese a las apariencias, su espíritu sería el mismo que el de los trípticos del Juicio y del Carro de heno: el pecado reina por doquier y la condena divina es ineluctable. En cualquier caso, emana alegría de vivir, luminosidad, erotismo y despreocupación religiosa, lo que le hace una obra de afirmación moderna y hedonista. Todo ello según la interpretación tradicional. Sin embargo, según el especialista alemán Hans Belting, el tema de la obra es distinto: se trata del Paraíso Terrenal, en el supuesto de que el Diablo no hubiera intervenido. Ese lugar que tenía preparado Dios para la Humanidad, donde no existe el pecado y todo es placer (El Paraíso Perdido, La Edad de Oro...). Una vez leída esta tesis, cualquier otra casi pierde sentido.

El Paraíso o El Jardín del Edén

El ala izquierda representa el séptimo día de la Creación: todos los animales y las plantas (reales y fantásticos) ya están formados, y abajo Dios, en su encarnación de Cristo (verbo creador), acaba de dar vida a Eva y se la presenta a Adán.

El bulboso drago que les acompaña es el Árbol de la Vida, símbolo cabalístico importado del judaísmo. En el lago central, una figura rosa entre vegetal y onírica (la Fuente de la Vida) preside la bulliciosa presencia animada, que incluye un elefante con un mono en su grupa, una jirafa, un unicornio... Al fondo, multitud de pájaros juegan en una construcción que parece especialmente dedicada a sus piruetas. Casi nada parece presagiar la inmensa prole pecaminosa que llegará tras la expulsión; y menos aún las consecuencias terribles del ala derecha. Pero si nos acercamos un poco quizás veamos signos de que esto no es así. En efecto, muchos animales están persiguiéndose y devorándose. Y la comparecencia del diablo es evidente: se le ve enroscándose en el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, una palmera sobre las rocas naranjas de la derecha. De cualquier modo, la escena omite tanto el Pecado Original como la Expulsión: una buena pista para interpretar adecuadamente el cuadro utópico central.

Esas rocas naranjas parecen una cara humana, en concreto el antecedente más evidente de "El gran masturbador", autorretrato de Salvador Dalí. Según algunos expertos, representa la cara del mismísimo Lucifer. Yo creo que no.

El Jardín de las Delicias

El título fue dado a posteriori, pero le viene muy bien. Los humanos y las humanas se dedican a gozar de la vida, en plena naturaleza. La descripción detallada de la escena serviría para rellenar un libro, pero esquemáticamente podemos reseñar que todos esos humanos desnudos pueblan un prado con tres superficies de agua: un lago al fondo en el que desembocan cuatro ríos; una pequeña charca circular central con bellas señoritas alrededor de la cual cabalgan varones al acecho; y otro estanque a la izquierda donde continúa la orgía feliz. Veamos algunos detalles.

En un bosque de la derecha, hombres y mujeres comen frutos que encuentran a su alcance, quizás simbolizando la unión sexual, pero más probablemente una integración inocente con la Naturaleza. Un gigantesco búho corona el juego de dos personajes que bailan entrelazados. Los animales están representados en proporciones muy grandes, dando a entender que el dominio sobre la Tierra no es exclusivo del ser humano, sino pacíficamente compartido.

La convivencia entre plantas, animales y humanos se repite en el estanque de la izquierda. Dentro o fuera de burbujas, en posiciones inverosímiles o simplemente abrazados, todos gozan de la vida.

Aquí no hay discriminación racial. En este fragmento vemos a un negro junto a los blancos, al igual que otros negros y negras se pasean por el cuadro tan campantes.

Pájaros enormes y otros animales acompañan a las danzas eróticas. Diríase que la pareja de abajo a la derecha está ejecutando un tango argentino. Pero no.

No faltan los tríos sexuales sin culpa, como podemos ver en este fragmento. Ni las flores en el culo, que se distinguen abajo a la izquierda.

El Infierno

Pero todo goce parece tener un contrapunto. Este Infierno del ala izquierda es el más cruel de todos los de El Bosco. La muchedumbre incontable avanza desde el fondo entre violentos estallidos de fuego. La actividad febril que rodea a las estructuras antropomorfas es el reverso de la que se da en el panel central. El centro lo preside el Hombre Árbol, con una gaita en la cabeza, cuerpo de huevo, piernas de tronco y zapatos de barca, representación certera de la pesadilla hecha realidad. Y una realidad muy concreta: los elementos que configuran este particular averno son todos de factura humana, sin encontrarse apenas nada que refleje la naturaleza. Acerquémonos a algún detalle.

Ángulo inferior derecho: una cerda muy cariñosa le da mimos a un condenado (quizás la Iglesia obligándole a firmar la cesión de sus bienes), mientras unos seres devoran a otro, una mujer soberbia es obligada a mirarse en un espejo-culo abrazada por un diablo, y un agujero en el suelo sirve para defecar y vomitar sobre otros condenados sumergidos. Edificante.

Si bien Einstein aseguró que "Dios no juega a los dados", parece que sus ángeles rebeldes gustan de ellos: sobre la cabeza de la mujer que se encuentra al lado de un conejo cazador y sobre los dedos de la mano que ha sido clavada en la espalda del ratón-raya que acecha a un caballero recostado, castigado por su afición al juego.

El monstruo con cabeza de pájaro devora a sus víctimas y las defeca en una burbuja. A la derecha, varios instrumentos musicales se convierten en instrumentos de tortura. No en vano a este cuadro se le ha llamado "El Infierno musical". Arriba, el lago del Hombre Árbol está helado y alberga patinadores.

En la parte central a la derecha, un hombre con armadura que sostiene un cáliz es devorado por los perros satánicos. Bajo un gran cuchillo, una mujer es cabalgada como una yegua. Es un detalle más del carácter de reverso de la moneda de esta pintura respecto a la del panel central. Música, burbujas y abrazos se han convertido en tortura, tortura y tortura.
 

Hasta aquí el comentario de las cuatro obras seleccionadas de El Bosco. Me dejo otras obras maestras, pero no es difícil encontrarlas en Internet y en libros de arte. Picoteando aquí y allá en algunos detalles y descripciones de sus obras, hemos podido ver que este hombre era un auténtico experto en reflejar las caras más oscuras de la psique humana, además del canto a la vida que supone probablemente el Jardín de las Delicias, pero sobre todo -y eso es lo que a mí más me interesa- no podía evitar crear personajes y escenarios impregnados de un humor muy especial, rozando el absurdo, el mundo de los sueños: realidad, deseo, placer, locura, temor, ficción, crueldad, imaginación, creatividad, arte.


Ver también:

El Bosco, troceado: libro de Antonio Tausiet

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